Somos enemigos natos del pueblo inglés. Es quizá el único pueblo del universo que presume de tontería pura. Su predominio y su imperio significan entronizaciones mediocres que es preciso rechazar en esta hora. Es un imperio caducado, repleto de lacras infecundas. Hay, pues, que destruirlo, porque impide la evolución triunfal de la Historia, porque contribuye a desalojar del éxito a los nuevos entusiasmos que hoy llegan.
Ahora bien: desear el hundimiento del poderío inglés no equivale precisamente a encomendarle a Gandhi y a sus huestes la ejecución de esas ruinas. Eso, no. Gandhi es, frente a la luz y los valores de Occidente, un bárbaro. Gandhi representa las negaciones fundamentales de nuestra cultura. Es, pues, el enemigo.
Los grupos políticos incluseros que por ahí andan especulan con el conflicto indio de modo vergonzoso. Exaltan a Gandhi en nombre de turbias libertades y no reparan sino en las satisfacciones de radio corto. Gente, al fin, sin grandeza ni visión profunda de los destinos humanos.
¡Abajo Gandhi, el bárbaro! Su crimen es alzarse contra los valores europeos, que son de rango superior a todos los demás que hoy existen.
La caída del imperio inglés es fatal que acontezca en estos años, agotada su acción creadora. Debe reconocerse así, y obligar incluso al pueblo inglés a que lo reconozca. Pero no intervengan en el debate los pueblos extraños, enemigos de las bases mismas que sustentan la idea imperial. Que niegan a Occidente, que desprecian, porque son quizá ciegos para ellas, las categorías auténticas de la humanidad.
Entiéndase bien nuestra protesta contra Gandhi. No supone favor para el ingles. No. Guía nuestras palabras un sentido más hondo de los hechos históricos Una defensa misma de las obligaciones económicas de Europa. La economía europea necesita controlar la producción india. Es ello imperativo esencial para la salvación nuestra.
Es preciso, pues, que el gesto europeo sea respetado en Asia. Que los cálculos europeos estructuren la economía mundial, dispongan de los mercados y de los focos productores. A una mirada europea basta ese hecho para aceptar todas las medidas implacables que se adopten contra los pueblos y los destinos extraños que perturben el desarrollo de los destinos y los pueblos europeos.
Y nada más: ¡Abajo Gandhi, el bárbaro! ¡Fuera la Inglaterra mediocre y usurpadora!
(«La Conquista del Estado», n. 3, 28 - Marzo - 1931)