Todo cuanto acontece en la política de Cataluña es de una infecundidad fastidiosa. Las fuerzas políticas de Cataluña mantienen con el resto de España una discordia mediocre. Los grupos republicanos que se llaman de izquierda son incapaces de advertir con alguna grandeza los destinos históricos del gran pueblo español. Gente miope, aletargada y absurda, que sueña con glorias de pequeño radio. De otra parte están los altos burgueses de la Lliga, que colaboran obligados por sus negocios.

 

Pero falta en Cataluña el afán decidido, franco y sin reservas, de colaborar con el resto de España para la iniciación de una política nacional robusta.

 

Por el contrario, nosotros advertimos en Cataluña un deseo traidor de aprovechar las circunstancias difíciles y especular con las dificultades internas del Estado español. ¡Nunca será esto tolerado, creemos que ni por los republicanos ni por los monárquicos del resto de España!

 

Nosotros reconocemos la peculiaridad de Cataluña. Y debe destacarse como ejemplo valioso de una comarca española que prospera, que trabaja y honra a nuestro pueblo. No somos sospechosos de frialdad hacia Cataluña. Nuestro director formó parte del viaje de intelectuales castellanos, y el mismo fervor de entonces por el admirable «hecho diferencial» lo mantiene hoy exactamente con idéntico tono.

 

Ahora bien: frente al hecho diferencial famoso, hay el indiscutible y grandioso hecho español, que obliga a subordinación a todos los demás hechos que surjan. De otra parte, la afirmación de la peculiaridad catalana obliga a considerar que en nombre de ella misma debe engranarse en un orden de totalidad que la comprenda y exalte.

 

Las mejores jornadas para Cataluña serán aquellas que realice y forje dentro de la realidad imperial de España. Ese gran pueblo catalán ha de encontrar sus más briosas posibilidades en un orden hispánico de política cultural y económica.

 

Le citamos con la gran consigna.

 

(«La Conquista del Estado», n. 5, 11 - Abril - 1931)