Hemos dicho repetidas veces que en nuestro programa revolucionario hay la subordinación de todos los poderes al Poder del Estado. (Claro que a un Estado nacional, al nuevo Estado que instauraremos, no a las pandillas inmorales de la socialdemocracia constituidas en Estado.) Así, la Iglesia, por muy católica y romana que sea, no puede jamás pretender soberanía alguna frente al Estado.
Ahora bien, lo menos que puede hacer el Gobierno provisional es conseguir que la Iglesia no sea ya nunca un peligro para la soberanía política del Estado. Nada más fácil que conseguir esto. Cuando la emoción religiosa del país -que merece todos los respetos y debe incluso alentarse- recobre su función estricta, aparecerá como uno de los máximos valores de nuestro pueblo. Pero es execrable que la Iglesia haya sido muchos años sostenedora y amparadora de todos los abusos y de todos los crímenes contra la prosperidad y la pujanza del pueblo español. Creemos, pues, que el Gobierno está obligado a reajustar el papel de la Iglesia en la vida civil de nuestro país.
Pero lo absurdo es que lo haga con el espíritu de un volteriano de hace cien años. O con el de un inspector policiaco del siglo XX.
Cuando Berenguer puso en la frontera a Maciá, el traidor, debiéndolo meter en un castillo, la «conciencia jurídica» de los caballeretes que hoy gobiernan puso el grito en los siete cielos. Y hoy repiten la hazaña ellos mismos, poniendo en la frontera con igual protocolo al Cardenal Segura. Esto indica cómo estamos en presencia de una situación de tiranuelos vulgares, sin vigor ni originalidad alguna. Y el ministro de Justicia comentó aún la severidad y serenidad del Gobierno en este asunto.
Sólo nos interesa destacar aquí que lo hecho por el Gobierno no tiene ni pizca de revolucionario. Esta calidad se hubiera alcanzado si el Cardenal, en vez de ser llevado a la frontera, lo hubiera sido a una cárcel.
¿Es que la táctica del Gobierno consiste en la escaramuza? ¿Quiere entretener al pueblo, como la asquerosa Prensa burguesa llamada de izquierda, con luchas inofensivas en torno a afanes anacrónicos, para lograr que se desinterese del problema revolucionario, hoy de veras candente: la liberación económica?
Ataque de frente a la Iglesia, si es necesario. No nos parecerá mal. Pero evite el Gobierno las escaramuzas. El Cardenal Segura sólo puede tener dos residencias: el palacio episcopal de Toledo o un castillo expiatorio.
Nuestra formula es y será siempre: ¡Nada sobre el Estado! Y la mantendremos, aunque beneficie a los piratas.
(«La Conquista del Estado», n. 15, 20 - Junio - 1931)