Por la derecha, por la izquierda y por el centro se encuentra el joven español con ancianidades invaliosas que le discuten el triunfo. Es terrible. Cada día resucita un viejo fantasma, con su voz cascajosa, sus ademanes cansados y su chalina.

La única verdad que admitimos en la hora española es que se trata de una rebelión de las juventudes. Pero a la vez núcleos jóvenes aplauden a los viejos caudillos y elogian los gestos fracasados. He aquí la contradicción. Los jóvenes medrosos son serviles, y se prenden a la cola del falso maestro o de la oquedad fanfarrona de los prestigiosos.

Ahí está aquel don Rodrigo Soriano, famoso mantenedor de gallardías decadentes. Ahí está, aspirante a la actualidad nacional, sin sentirse cadáver, discurseando y levantando polvaredas de -¿cómo se dice?- aplausos.

Pero, ¿en qué ha consistido la Revolución? Nosotros creíamos que, por lo menos, la conquista primera sería la de vernos libres de esas sombras finiseculares que ni saben, ni entienden, ni comprenderán nunca qué nuevos entusiasmos creadores llenan hoy el pecho de los españoles jóvenes.

Don Rodrigo viene del Uruguay, y ya en el Ateneo ha dicho muy serio que en esa minúscula República había que aprenderlo todo.

El truco es sencillo. Si hay que aprender mucho del Uruguay y don Rodrigo Soriano viene del Uruguay, la consecuencia es clara: encárguese al uruguayo don Rodrigo de la Presidencia del Consejo de Ministros.

¿Eh? ¿Qué tal? Esto es dialéctica.

(«La Conquista del Estado», n. 15, 20 - Junio - 1931)