Ya andan por ahí los pronósticos. Hay que examinarlos con mucha atención. La ciencia de Freud puede descubrirnos cosas estupendas. Algunos claman por el nombre venerable del señor Cossío, a quien nosotros conocemos y estimamos muchísimo. Pero...
El señor Lerroux lo lanzó y ha rectificado. No podía ser menos. La minoría selecta, en cambio, lo sigue enarbolando con unción. ¡Pobre señor Cossío! ¡Convertido en fanfarria electoral para honra y provecho de la casta sacerdotal de la Inteligencia!
El señor Cossío está ya muy viejo. Lo saben los selectos. Dispone de unas virtudes que faltan, por lo común, a la casta. Es un magnífico candidato. Se moriría pronto y abriría paso a otro selecto más joven, jovencísimo. Todo está claro.
Los sueños, sueños son. Pero las pisadas del gigante impedirán los trucos. España necesita de fidelidades, no de vanidades. Los mandos deben ir no a los profesores, no a los doctores, no a los sacerdotes de aquí o de allí, no a los santos laicos, sino al jefe intrépido, de acción y de coraje, que recoja los anhelos hispánicos que hoy surgen.
Hace usted bien, señor Cossío, en no aceptar el honor que le ofrecen gentes tan sospechosas. Buscan la Presidencia para la casta. Creen llegada la hora. Y usted sería algo así como las mujeres, los ancianos y los niños que los cobardes colocan en vanguardia para detener la ola enemiga.
¡No permita usted, venerable señor Cossío, esa mala jugada de la minoría!
(«La Conquista del Estado», n. 15, 20 - Junio - 1931)