En algunos periódicos se ha intensificado estos días la campaña contra la mendicidad callejera. Nosotros no defenderemos nunca a la mendicidad profesional. Pero hacemos constar que es insignificante en relación con la espontánea, es decir, la que se hace no por vagancia, sino por verdadera y terrible necesidad. Mientras los españoles no tengamos garantizada «por lo menos» la subsistencia en su sentido más estricto (el comer), bien por un amplio plan de obras públicas que absorba a todos los trabajadores en paro forzoso, bien por un seguro de paro, ya por instituciones de socorro como comedores y refugios suficientes, no se podrá suprimir, en justicia, la mendicidad, porque será cerrar hasta la última salida al necesitado, al parado forzoso; será empujarle al suicidio o condenarle a una muerte terrible por hambre y por frío. Mientras esto pueda pasar, la mendicidad debe ser permitida, aunque la visión atosigante y continua de la miseria desazone a los selectos y altere a las histéricas.

(«La Patria Libre», n. 3, 2 - Marzo - 1935)