Pero ponemos condiciones a los patriotas:
hay que sacrificarse para hacer de España una Patria socialmente justa
La Patria española, garantía de Imperio y de Justicia
No tenemos noticia alguna de que antes que nosotros haya existido en España una bandera de carácter a la vez nacionalista y sindicalista, es decir, una actitud simultánea de patriotismo y de hondísima preocupación por la situación angustiosa de las grandes masas populares.
Abrimos, pues, vereda. Somos forjadores de nuestra propia bandera, y en este sentido nos vemos con frecuencia obligados a precisar y aclarar el alcance de nuestra misión.
Nuestro nacionalismo arranca de la convicción firme de que España, nuestra Patria, es un ser vivo en la Historia, a cuyo servicio estamos, y que constituye la justificación más alta de nuestra presencia misma como hombres. El ser españoles es para nosotros la primera realidad con que nos encontramos. Estamos incluso convencidos de que si no somos y sabemos ser plenamente españoles no alcanzaremos siquiera la categoría plena de hombres.
Siendo nacionalistas, sintiéndonos enraizados del modo más profundo a la existencia de España, se comprende que el servicio a la Patria, la tarea de contribuir a su máxima robustez y libertad, constituye para el nacional-sindicalismo jonsista el primero de sus dogmas.
Sabemos que España, su expresión, su cultura, su riqueza, su presente y su porvenir son cosas en riesgo, es decir, cosas sobre las que gravitan posibles dentelladas enemigas. Están muy a la vista los resultados de las pugnas antiguas en las que España fue unas veces victoriosa y otras vencida. Son innegables las perspectivas de derrota que hoy se nos ofrecen y se comprenderá cómo es lógica y obligada la actitud de estar en la trinchera nacional, en gesto primitivo de defensa. Servimos a España, defendemos a España de sus enemigos evidentes, y es ahí donde radica la expresión nacionalista de las J. O. N. S.
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Esa posible ruptura de la unidad española -que es, y no nos cansaremos de decirlo, la primera unidad nacional propiamente moderna que se constituyó en Europa- justificaría por sí solo el proponerse como nosotros iniciar en España una política tenaz y rabiosamente ligada a la expresión nacional.
Y claro que nuestra actitud no puede ser sólo defensiva de lo nacional. Hemos nacido españoles y lo somos. Ya dijimos antes qué quiere decir esto para nosotros. Que mientras más plenamente lo seamos, es decir, mientras nuestra Patria sea más justa, más fuerte y más libre, alcanzaremos nosotros, los españoles, un mayor relieve, incluso humano. Seremos asimismo más dignos, más fuertes, más libres, y dispondremos también de más riqueza.
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Sólo podremos salvarnos los españoles, es decir, sólo podremos tener qué comer y qué amar y qué soñar disponiendo de una gran Patria, salvándose, pues, España.
Ahora bien, esto que quizá sea y pueda ser admitido por la generalidad de los patriotas no es para nosotros lo único ni lo suficiente. Hay en nosotros junto a la preocupación nacional la preocupación social. Junto a España, los españoles. Y no a modo de dos cosas localizables y distintas a los efectos de nuestra doctrina política, sino ensambladas y fusionadas en un mismo ser. Pues eso es el nacionalsindicalismo. No a un lado un nacionalismo para la Patria y a otro un sindicalismo para el pueblo, sino un nacional-sindicalismo para el pueblo español y la Patria española juntos.
Puede ocurrir, sí, distinguir en una jerarquía de servicios cómo en efecto la Patria es lo primero y antes su interés nacional que el de cualquier sector o grupo. Pero cuando hablamos del pueblo nos referimos a TODO el pueblo, a su resultante histórica, a su aliento preponderante y profundo, que no tiene nada que ver con los episodios callejeros de tal o cual jornada. La representación de lo que llamamos TODO el pueblo es lo que buscan y reclaman para sí las J.O.N.S.
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No hay Patria española grande, no hay ni habrá Imperio, si no es a la vez garantía firme de justicia social para las grandes masas laboriosas. Cualquier actitud «nacional» que lo sea a secas y encomiende a grupos oligárquicos tradicionales la tarea de sostener la grandeza y el rango de la Patria, la declaramos falsamente patriótica, y desde luego extraña a nosotros.
Si se está en el servicio nacional, si se adopta una posición patriótica al servicio de España, ha de saberse que nosotros sólo la consideramos verdadera y auténtica si se basa y se funda en una idea de sacrificio.
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Quien no se sacrifica de alguna manera no es ni puede ser nacionalista ni patriota. Quien no acepta la idea de justicia para las masas populares y se opone a que la Patria busque para sostenerse los hombros de TODO el pueblo no es ni puede ser patriota.
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Entendemos así la idea nacional, que para nosotros se convierte también desde el primer minuto en idea social, en actitud nacional-sindicalista. Nuestra batalla jonsista une los dos frentes. Luchamos por España y por los españoles. Por la Patria y por el pueblo.
(«La Patria Libre», n. 4, 9 - Marzo - 1935)