Pensar que algunos creen que los partidos políticos son algo necesario, útil y arraigado en el pueblo, nos parece cosa imposible.

Pocas cosas habrá tan desacreditadas ante el pueblo como los partidos políticos. Las gentes, conscientes de sus deberes ciudadanos, suelen votar en masa... y, sin embargo, la mayoría está sin encuadrar en las filas de los partidos. Es más, se da el espectáculo diario de ver a la mayoría del pueblo asistir como espectador a las maniobras de los partidos políticos y sus jefes con la indiferencia o curiosidad del que es ajeno completamente a la farsa.

Ahora no deja de llamarnos la atención cómo en período preelectoral los partidos que habíanse combatido con fiereza y saña se cortejan, se sonríen, disculpan y buscan afanosamente puntos de coincidencia poniendo abundante vaselina en sus relaciones. Muy bien. Unión de derechas y unión de izquierdas. ¿Qué es lo que se pretende? En definitiva, disfrazar los partidos, envolverlos bien, para que el pueblo no sienta las náuseas de tener que votar a un partido en su desnudez. Para que el pueblo al votar se haga ilusiones de que no vota a partidos de los que ya está harto.

Y los partidos, todos juntitos, formando una bola pasan por la prueba electoral. Y una vez seguros tantos o cuantos diputados... inmediatamente a dividirse, vuelta a la vida partidista... ¡Es tan delicioso discutir, tener ministros, producir crisis! ¡Ah! y en seguida a aclamar: «Los partidos políticos son necesarios porque el pueblo los exige y porque sin ellos no puede vivir.»

(«La Patria Libre», n. 4, 9 - Marzo - 1935)

Gil Robles sostuvo su decisión de mantenerse en la órbita de las instituciones liberal-parlamentarias y de renunciar totalmente a la empresa de crear un Estado nuevo

¿Qué dicen de ello los pretendidos y pretenciosos jóvenes de la J. A. P.?

Oímos hace varios días a Gil Robles en la tribuna del Círculo de la Unión Mercantil. Comprendemos su actual situación de hombre que no puede echar a volar palabras irresponsables. Claro que ello no puede importarnos para nuestros juicios, porque él mismo, muy voluntariamente y a su gusto, se ha forjado su papel político, que consiste en colaborar con el Gobierno Lerroux y ser un candidato a la jefatura de un Gobierno, dentro naturalmente de las actuales instituciones.

Creemos, por tanto, que no ha sido con ocasión de esta conferencia cuando se le puede atribuir una renuncia o abandono de la supuesta tarea de hacer de España «lo que a él le parezca», como hinchada y desorbitadamente dijo en cierta ocasión ABC, sino que desde el momento mismo en que inició su colaboración en situación de inferioridad con los radicales dejó vacío el puesto de aspirante a todo aquello y pasó a ocupar los más cómodos sillones de un partido parlamentario más.

El público que oyó a Gil Robles, formado de una parte por sus incondicionales cedistas y de otra por ese sector de industriales y comerciantes madrileños de pocas complicaciones políticas y afanosos de «cierto orden y buen gobierno», acogió, desde luego, con notorio agrado las declaraciones gilrroblistas en que éste renunciaba a la mano de doña Leonor.

Gil Robles expresó su opinión de que el régimen liberal-parlamentario no necesita sustitución urgente, sino más bien algunas «sanas y razonables modificaciones».

Gil Robles anunció que la salvación de España es muy posible dentro de los actuales moldes constitucionales, ya que además en breve será asimismo objeto la Constitución de modificaciones «razonables y sanas».

Gil Robles se revolvió contra quienes apetecen para España una disciplina única, creyendo mucho más ventajosa, mucho más «sana y razonable» una situación de partidos, de grupos y de zalagardas.

Todo esto nos parece normal y, desde luego, creemos que demuestra Gil Robles talento sumo adecuando sus empresas a lo que realmente él y sus masas pueden llevar a cabo. La C.E.D.A. es el partido liberal conservador de la República. El partido de las clases burguesas, con un poco de catolicismo, un poco de patriotismo y mucha tranquilidad. Claro que con las enseñanzas de todos los sucesos últimos desde abril, y, por tanto, buscando y pretendiendo la adhesión popular, en cuyas zonas más candorosas e inconscientes no creemos deje de tener cierto éxito.

Ahora bien, dentro de esa fenomenología normal a que adscribimos los trabajos de Gil Robles, que desempeñará, sin duda, con talento un Gobierno de rotación parlamentaria cualquiera, surgen esos grupos de J.A.P., de japoneses como les llaman por ahí, que a pesar de la elocuencia y claridad con que Gil Robles se pronuncia de acuerdo con lo que antes hemos dicho, siguen confiriendo a este hombre no sabemos qué misiones cesáreas e imperiales. No comprendemos qué género de candidez o ensueño circunda a esos jóvenes, y hasta a los propagandistas social-católicos del truncado Frente del Trabajo, para referirse a cada paso con gran arrobo al JEFE, y endosarle toda clase de atributos y empresas, con milicias, saludos y totalitarismos retumbantes.

Y eso lo hacen los japoneses, aunque parezca mentira, sin miedo a la herejía estatólatra y demás monsergas que lanzan a la cara de los fascistas, gente para ellos demoniaca y de condenación segura.

(«La Patria Libre», n. 4, 9 - Marzo - 1935)

Las J. O. N. S. siguen su campaña contra el capital parasitario. Pedimos que se movilice en beneficio de los industriales modestos, del progreso económico de España y en beneficio de todo el pueblo

Las economías privadas más modestas están a la intemperie

España está clamando una intervención radical cerca de los poderes económicos.

Los partidos republicanos democráticos que unían a su ideología antinacional una enorme incapacidad socialeconómica -como el radical-socialista y sus adyacentes- no fueron capaces de desarrollar una política económica independiente de la política marxista y por ello ejecutaron su total suicidio, ya que perdieron la posibilidad de una base real de sustentación en la masa de los españoles de patrimonio modesto, en las filas de los pequeños industriales y labradores, que asistieron atónitos al espectáculo de ver cómo aquellos partidos llamados a defenderlos no oponían la menor resistencia a la política marxista, que aquí, como en todas partes, equivale a entregar las modestas fortunas y los pequeños negocios a la voracidad y a la rapacidad del parasitismo bancario. Claro que desde el punto de vista nacional esa incapacidad hay que agradecérsela a los partidos radical-socialistas españoles, pues en otro caso quizá hubieran logrado un predominio similar a sus congéneres los franceses. Preferimos la ruina de los españoles a la ruina de la Patria. Esos partidos ya pagaron con la muerte su mentecatez, fueron barridos por el pueblo en la primera ocasión electoral, pero las consecuencias de su incuria están ahí, y hay que desenmascararlos como enseñanza para el futuro.

Nosotros sostenemos que es preciso y urgente organizar la economía española de acuerdo con los intereses de todo el pueblo, y por eso denunciamos la anomalía bancaria, la perturbación que supone para todos los españoles que trabajan y luchan en torno a pequeños negocios, para todos los trabajadores manuales y todos los labradores el hecho de que los Bancos vivan al margen de su deber, absorbiendo capitales, reteniéndolos en forma de valores y abandonando casi en absoluto la movilización financiera para las industrias y hasta la elemental operación del descuento de letras.

Así acontece que se encuentran totalmente a la intemperie economías privadas más necesitadas de protección, siquiera una protección tan modesta como la de que exista un régimen racional y justo en el funcionamiento de los grandes Bancos. No hay posibilidad de desarrollo industrial sin base financiera ni posibilidad de vida para el comercio en un país donde los Bancos hacen ascos al descuento de letras.

Parece que quienes andamos en la empresa de hacer de España una gran Patria debemos desentrañar el secreto de esa terrible anomalía.

Y hoy vamos a descorrer levemente la cortina que impide a los españoles conocer el verdadero panorama de nuestros Bancos.

Los Bancos españoles no cumplen su función más necesaria: ayudar al comercio y favorecer las industrias

El panorama de la Banca española ofrece tales anomalías y son éstas causa tan directa de las perturbaciones socialeconómicas de nuestra Patria que cumplimos un deber desenmascarando sus lacras. En ello vamos a coincidir con un bosquejo inteligente que sobre este mismo tema ha publicado Ramos Oliveira, demostrando así que nosotros, nacionalsindicalistas, es decir, enemigos declarados del marxismo, no nos avergonzamos cuando ello ocurre de señalar alguna que otra coincidencia de índole social con los marxistas. Claro que el trabajo de Ramos Oliveira, a que nos referimos, pertenece ya a una especie de rectificación de las bases socialistas clásicas y busca y pretende interesar a las clases medias y pequeño burguesas. Por su sentido antinacional siempre consideraremos a los marxistas unos verdaderos traidores, y en este número ofrecemos una muestra de ello, por su aspecto social puede haber, aunque sea leve y estrecha, una zona coincidente con alguno de sus publicistas. Tal es, por ejemplo, la crítica bancaria a que nos referimos, que cae de lleno en nuestro campo.

* * *

Es sabido que el papel normal que corresponde a los Bancos consiste en hacer acopio de capitales, procedentes del ahorro, de las ganancias o de las fortunas privadas, y devolver esos capitales como medios financieros a los capitalistas que los dedican a la explotación industrial. Si examinamos el funcionamiento de la generalidad de los Bancos españoles y el destino que imprimen a los recursos financieros de que disponen, advertiremos inmediatamente cómo la definición anterior es por completo inválida, es decir, que los Bancos españoles escatiman la utilización industrial de sus capitales, impidiendo todo posible desarrollo de la economía nacional e incrementando el paro forzoso de los trabajadores.

Acontece, pues, que los Bancos no realizan su estricta finalidad, es decir, no ayudan a la industria, no aplican sus enormes disponibilidades monetarias a la creación de riqueza nueva y por último no facilitan siquiera la vida comercial española con esa elemental misión bancaria que es el descuento de letras.

Abandonada en general por los Bancos, como decimos, su misión verdadera, caen de lleno sus funciones en el simple manejo de valores y en la tarea usuraria. Adviértase a este efecto el tipo oficial de descuento que rige en nuestra Banca. Es quizá el más alto del mundo, ofreciendo así el espectáculo paradójico de que en un país como España, donde hay abundancia de capitales parados, sea el dinero más caro que en ningún otro. El tipo de descuento es hoy del 5,50 por 100. Y hace sólo dos meses era del 6 por 100. No hay vida para la pequeña industria ni vida comercial posible con esa carestía del dinero, que es una plancha usuraria que agarrota las actividades económicas del país.

Añádase a esta carestía del dinero la realidad de que ni aun así hay movilización financiera a disposición de los pequeños industriales y comerciantes. Ningún Banco concede dinero a largo plazo y el descuento de letras, que sería el medio de proveer al comercio de recursos dinerarios, es como antes dijimos la operación para la que tienen más ascos los banqueros.

Los Bancos, en cambio, invierten sus voluminosos recursos en la compra de valores, convirtiéndose así de hecho en simples rentistas. Se da el caso de que uno de los Bancos más ligados a la vida económica de los industriales modestos invierte en la compra de valores el 56 por 100 de sus fondos, cuando ningún Banco europeo normal, es decir, dedicado a las tareas propiamente bancarias en un régimen capitalista, invierte más del 15 por 100 en ese mismo capítulo.

Quizá sea sólo un sector bien fácilmente localizable de la Banca bilbaína quien en el panorama tristísimo de la Banca española tiene en su haber una contribución valiosa al progreso industrial de España. Son, desde luego, Bancos ligados a la gran industria, y para los efectos de nuestra crítica, que destaca el desamparo en que los Bancos dejan a los pequeños industriales, no desdicen los juicios anteriores.

* * *

Consideramos urgente llevar al ánimo de todos los españoles, principalmente a las clases medias y a los obreros, la gran verdad de que el deficientísimo y monstruoso funcionamiento de nuestros Bancos es una de las causas más directas de su ruina.

Eso son hoy los Bancos.

El marxismo y los Bancos

Ya dijimos cómo el marxismo mundial favorece el que los grandes Bancos opriman y arruinen los pequeños patrimonios y cómo ayuda a los grandes poderes financieros a quebrar la línea de resistencia que le oponen los pequeños industriales y labradores. También en España, por experiencia cercana, conocemos ese servicio que el marxismo hace, consciente o inconscientemente, a la piratería bancaria. Dos años de predominio socialista no han tenido sino esa consecuencia: robustecer las posiciones de los grandes capitalistas en detrimento de la economía popular.

Esa política marxista les ha llevado en todo el mundo a formidables y merecidísimas catástrofes. Parece que se proponían acelerar el proceso -falsamente previsto por Marx- de descomposición del régimen de propiedad privada, ayudando a la rapacidad financiera a adueñarse de las economías medias para así proletarizar estas clases y desencadenar luego la dictadura proletaria contra aquellos mismos poderes que hubieran contribuido a forjar los socialistas.

Por fortuna, esa política ha fracasado rotundamente. Lo proclaman así no sólo las derrotas sufridas en Italia, Alemania, Austria y España, sino el hecho de que haya aparecido en el mundo una bandera nueva. La bandera fascista, que sustituye al marxismo en la adhesión de los sectores populares.

* * *

Hoy los marxistas, conscientes de su error y del calamitoso porvenir que les espera a sus residuos, quieren rectificar sus posiciones, tratando de incorporar los afanes sociales no ya sólo de los asalariados, sino también de las clases medias. Para ello se fijan, como nosotros, en el espectáculo que ofrece el capital financiero e inician una sombra de campañas para unir contra él a los obreros y a las clases medias en un mismo frente.

Hay que apresurarse a denunciar su artero propósito. Con ello los marxistas sólo pretenden arrebatar a la pequeña burguesía oprimida para sus cuarteles de clase, impidiéndola que levante una bandera eficaz, incluso para las propias clientelas marxistas.

No hay, pues, que conceder a los socialistas el más ligero crédito cuando pretendan presentarse como los liberadores, no ya de la clase obrera, sino de toda la población de pequeños industriales, funcionarios y labradores. No se olvide cómo ellos son en gran parte los responsables de la actual tiranía bancaria y cómo su política siempre ha beneficiado a la piratería internacional contra los intereses específicos de las modestas economías privadas.

(«La Patria Libre», n. 4, 9 - Marzo - 1935)

Aunque parezca mentira, aunque resulte increíble, la revista marxista Leviatán, que dirige Araquistain, se sigue publicando sin interrupción, y no ha conocido trastorno editorial, a pesar de la revolución de octubre.

Pues bien, en su número de febrero, recién aparecido, se publican unos editoriales a propósito de Roberto Levillier y de sus conferencias, sobre la colonización de España en América, que producen una indignación irresistible en cualquier español de medianísima sensibilidad nacional.

Sólo un cerdo marxista puede escribir contra la obra de los conquistadores y colonizadores españoles de la forma que lo hace el editorialista de Leviatán. Sólo un traidor y un intelectual, repugnantemente envenenado de odio contra su propia Patria, puede emitir los juicios que allí se hacen, y con palabras españolas, en lenguaje español, redactar esa sarta de insidias sobre lo mejor y más invulnerable de nuestra Historia nacional.

Escribe el repulsivo editorialista que es justa y verdadera la leyenda negra que forjaron contra España las aviesas plumas de los enemigos, al fin y al cabo extranjeros, y, desde luego, añadimos nosotros, labor menos indigna que la de los supuestos hijos de españoles que la corean y aplauden.

Viene a escribirse en Leviatán que la mayor desgracia de América fue haber sido descubierta y colonizada por España, y que ello ha supuesto para la América hispana la peor de las desdichas. Y como no puede negar, porque está a la vista, la magnificencia y perfección de la legislación española de Indias, dice que «rara vez se cumplía».

En su venenosa posición antiespañola, escribe que cuando España colonizó a América era nuestra Patria «el país más feudal de Europa», cuando saben ya los alumnos de primer año de Bachillerato que el feudalismo no llegó nunca a tener en España, como régimen social, ni la centésima parte de arraigo que en los países propiamente feudales de Europa.

Hasta ignorantes son estos hediondos traidores, y hasta a la mentira apelan para enjuiciar y negar la obra de su propio país.

Dense prisa, dense prisa a eyacular su mercancía, porque pueden aproximarse horas en que se limpie rotundamente nuestro suelo de seres tan desaprensivos, inmorales y traidores.

(«La Patria Libre», n. 4, 9 - Marzo - 1935)

Lamentamos mucho tener siempre que utilizar esta palabra de ruindad para referirnos a la actitud de los dirigentes falangistas respecto a nosotros. Su proceder es en efecto rufianesco. Todas las semanas movilizan a sus afiliados para impedir la difusión de LA PATRIA LIBRE en las calles. Recibimos numerosas quejas de esos mismos afiliados falangistas, que nos expresan su repugnancia a cumplimentar esas órdenes, consideradas noblemente por ellos como ruínes. Y véase cómo su reiteración va a resultar nuestra mejor propaganda en sus propias filas. Porque, repetimos, aquellos camaradas terminan fatalmente reaccionando a favor de las J.O.N.S. y estarán casi todos con nosotros muy en breve.

He ahí la razón por la que no contestamos sus provocaciones, actitud que ellos de seguro y cretinamente toman por cobardía. Hay otra razón también: no queremos luchar sino en último extremo contra los afiliados falangistas que de buena fe y engañados por la ruindad de sus dirigentes nos provocan.

Pero sepan que la circulación y difusión de LA PATRIA LIBRE, órgano de las J.O.N.S., están aseguradas.

(«La Patria Libre», n. 4, 9 - Marzo - 1935)