Los movimientos separatistas no abandonan sus propósitos anti-españoles. Pero ante el cambio de situación se repliegan y cambian de tono, de táctica, y hasta relegan algunos de los principios básicos a un prudente, aunque momentáneo, olvido. Ya no están en el poder las izquierdas anti-nacionales que les toleraban, cuando no fomentaban, su campaña disgregadora. La insurrección catalana se ahogó en agua de borrajas ante un puñado de soldados españoles.

Sin concesiones de los políticos de Madrid, los partidos separatistas se asfixian. Y a pesar de la propaganda que con constancia y con derroche han hecho durante tres años, sus recursos revolucionarios son nulos.

Sin embargo, es tal la pequeñez de sus dirigentes, y tan profundo el odio a España que los partidos separatistas tienen, que no abandonarán su finalidad criminal de dividir a España. Todo es cuestión de esperar tiempos mejores: el problema es sólo de oportunidad.

Así, pues, ahora los catalanes sacan a relucir su izquierdismo. Es el gancho que lanzan para agarrarse a tierra firme. De nuevo harán oír en Cataluña sus gritos demo-liberales. Como en los últimos momentos de la insurrección, al verse perdidos, dicen que ellos luchan por defender la República española contra las fuerzas reaccionarias. Mas ya sabemos que son ellos... los separatistas... «aunque se vistan de seda». Alerta, y todos contra ellos.

Del mismo modo, el separatismo vasco, más cobarde y burgués que el catalán, que a pesar de su seudo-catolicismo programático no había tenido reparos en coquetear con las izquierdas y en seguir a Prieto en la algarada de los Ayuntamientos del pasado verano, y en estar aliados con las fuerzas de la revolución de octubre, ahora sacarán su bagaje derechista para presentarse ante los gobiernos que a base de la C.E.D.A. se formen, como una fuerza de derecha vasca simplemente. Ellos juegan con su catolicismo, como el separatismo catalán con su izquierdismo, a modo de disfraz con que operar en esta situación actual, para ellos desventajosa. Pero en cuanto puedan volverán a su labor franca de ataque a España y de exaltación de Euzkadi.

La maniobra es ingenua. Está demasiado clara. La verdad es que los separatismos quieren conservar sus posiciones. Y en estos momentos les conviene destacar lo adjetivo para velar lo sustantivo. Porque la realidad es ésta: la izquierda catalana es separatista, y la derecha vasca también lo es en su mayoría. Luego su separatismo es lo esencial y lo que a nosotros nos interesa. Llámense izquierdas, llámense derechas, ellos son separatistas y, por tales, les debemos perseguir incansablemente, y el Gobierno no debe tolerarlos creyendo en el confusionismo que ellos mismos crean para sus indignos fines.

(«La Patria Libre», n. 6, 23 - Marzo - 1935)