Parece inminente la organización de un nuevo Partido. Lo dirigirá el Sr. Jiménez Fernández a base de los elementos socialmente más avanzados de la C.E.D.A.
Esto sería un percance decisivo para el señor Gil Robles
Comprenderán fácilmente nuestros lectores, y desde luego todos los camaradas jonsistas, que la noticia no tiene para nosotros otro interés que ése, el de ser una noticia. No nos afecta en grado distinto a aquel en que afecte a todos los españoles. Es para nosotros un acontecimiento, un fenómeno político que hay que registrar, tener en cuenta y nada más. Nuestras diferencias con la C.E.D.A. son esenciales, no de matiz, y por eso que deje o no paso a una cosa más o menos avanzada social y políticamente, no cambia ni modifica nuestro juicio.
Pero el hecho, la noticia, tiene importancia. Y grande. Sería en primer término un ensayo curioso de esa cosa ya tan ensayada en Europa de partido católicosocial. Y un ensayo además con un detalle que no suele existir en los ensayos: el de que ese partido apenas surgido en la vida pública, apenas bautizado y en marcha, conseguiría lo que acostumbra a ser la culminación y aspiración suprema de todos los partidos: el Poder.
Así, sin más. El Poder. Naturalmente esto que decimos se encuentra hoy en la etapa gestora, de iniciación, de incubación. No parece descabellado el propósito. Y menos aún desprovisto de panoramas atrayentes. Se conseguiría proporcionar a un típico sector de las derechas un puesto al que se creen con derecho por sus continuados sacrificios y por su fuerza parlamentaria. Y como ello recaería, no en el agitador número uno, sino precisamente en uno de los colaboradores de más popularidad social, nadie espera que tuviese aspecto alguno de provocación ni molestia esencial para nadie. Claro que eso es sin duda el secreto más secreto. Habilísimo. Bien orientado.
Y véase cómo y por cuánto tendremos en España una organización de eso que muchos llaman bolchevismo blanco, y que desde luego nosotros no creemos que merezca apelación tan terrible. Pero volvamos a repetir el gran interés que todo esto tiene. El fenómeno puede ser fecundísimo. Y quien sepa mirar, ver y oir advertiría ya curiosísimos episodios de la cinta, que ya está proyectándose en cierto modo por los teatros de provincias.
Obsérvense bien las huellas. Síganse los discursos del señor Jiménez Fernández. Cada día más firme y contundente en su afán de esgrimir una bandera social y popular del mejor cuño. Y percíbanse también otros discursos, otras declaraciones que, contra lo que muchos esperarían, son siempre coincidentes. No hay voz alguna en la C.E.D.A. que deje vislumbrar la alarma ni la disconformidad más mínima.
Y claro que nosotros y muchos saben bien que no hay muchas veces mejor medio de oponerse a una cosa que aplaudirla, y suele naturalmente ocurrir que un medio muy eficaz para lograr que otro que está con uno no se diferencie ni en timbre de voz ni en color de traje es el de hablar con su propio timbre y vestir su propio paño.
Nada más se nos ocurre. Los alambristas en los circos también descansan.
(«La Patria Libre», n. 6, 23 - Marzo - 1935)