La inminencia de un nuevo orden europeo. La ordenación elaborada en Versalles ha muerto

Las J.O.N.S. plantean a todos los españoles la necesidad de una política internacional vigorosa

Alemania se toma la justicia por su mano

¿Podía hacer cosa diferente? Hitler era ya una contradicción viviente en una Alemania sin libertad nacional. Su decisión es lógica, justa y obligada. ¿Lo comprenderá así Europa?

A las veinticuatro horas de aprobar el Parlamento francés la ley militar de los dos años, responde Alemania retorciendo el cuello al Tratado de Versalles. La cosa estaba ya tan madura y quedaba ya tan poca sangre en las venas de ese Tratado histórico, que no creemos haya nadie que solicite censura alguna terrible para la contravención de Hitler, prácticamente ahora en el orden internacional del más puro y limpio estilo de acción directa.

Asistimos, pues -desde luego, nada atónitos-, a los últimos suspiros de lo que en el Tratado de Versalles había de más ambicioso y de más relieve: el propósito de impedir el desarrollo libre de Alemania. Claro que quien aborde la situación actual de Europa con la pretensión de que el Tratado de Versalles sea borrado de la Historia, no sabe ni lo que es la Historia ni lo que edificó el famoso cónclave diplomático de Versalles.

Lo más importante y verdadero que hay, a la vista de Europa y a la vista del acto de Alemania, cabe destacar, es que Europa ha perdido la estabilidad y el orden que, justo o injusto, artificioso o real, venía rigiendo desde la terminación de la Gran Guerra.

En realidad la decisión de Hitler no debía significar apenas nada en orden a la posible gravedad del momento europeo, porque la igualdad de derechos, el rearme de Alemania y el recobro pleno de esta nación, son hechos y conquistas suficientemente maduras en el panorama político y diplomático de Europa.

Por tanto, lo que merece ser destacado no es el acto de Hitler como tal, es decir, como acto fuera del orden internacional vigente, sino lo que su ejecución deja al descubierto, los problemas graves y concretos que supone para Europa la ruptura, terminación y ocaso del orden establecido en Versalles. Con terminología nacional, de fronteras adentro, puede decirse que Europa ha quedado sin Constitución, esto es, en período revolucionario y constituyente.

Hitler al frente de Alemania hacía imposible todo escamoteo de su libertad nacional. Ni Ginebra, ni Versalles, ni toda la diplomacia del mundo junta podía ya retrasar un solo día el reconocimiento de la libertad internacional de Alemania. Quebrantados y disueltos los partidos que dieron vida a la legalidad de Weimar, a la aceptación y resignación de Alemania, y triunfantes los enemigos de toda esa etapa, los exaltadores y glorificadores de su destino nacional, podía ya creerse desventura peligrosa negar a Alemania la igualdad de derechos y el rearme.

No hay que olvidar que ya desde el primer día la aceptación del Tratado de Versalles constituyó para los alemanes, incluso para los más despojados de espíritu nacional, como los socialistas, un trago dificilísimo y tremendo. En un libro suyo, Noske, que asistió desde un Ministerio socialdemócrata al cumplimiento de las primeras cláusulas del Tratado, declara con emoción que no podría volver la risa franca a los labios de quienes estaban en el trance gubernamental de hacerlas ejecutar y obedecer al pueblo alemán.

¿Cómo Podía imaginarse que Hitler, contando con la adhesión unánime de todo el pueblo alemán, y en presencia del programa europeo, continuase resignado y paciente? La torpeza de las demás potencias ha proporcionado a Hitler la ocasión de que una de las victorias lógicamente más fáciles, y que muy bien pudo haber sido concedida en un debilísimo forcejeo diplomático, represente para él un gesto formidable de audacia y de intrepidez, hondamente agradecido por la totalidad del pueblo alemán.

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Alemania veía cómo sus vecinos más poderosos entonaban arias a la paz del mundo y buscaban afanosos el desarme, mientras fortificaban de un modo extraordinario sus territorios, aumentaban la potencia militar de sus ejércitos y establecían alianzas con vistas a una política internacional de dominación.

Alemania veía eso. A Francia gastando cifras pavorosas en su presupuesto de guerra, aumentando a dos años la duración del servicio en filas. A Rusia, según demostramos en el número anterior de LA PATRIA LIBRE, provista de medios militares formidables, motorizando sus unidades y triplicando la aviación, la artillería y los tanques. Y no sólo eso, sino también a las dos potencias en situación cordial, juntas y al parecer de pleno acuerdo.

Esa es Europa, la que hoy tenemos delante de nosotros. Parece que su situación actual es la más propicia para que en España comiencen a oirse alegatos en pro de una vigorización internacional de nuestra Patria. Nosotros, los jonsistas que redactamos LA PATRIA LIBRE, hemos de hacer todo lo posible, siguiendo naturalmente las consignas del Partido, para plantear en España con toda prisa la perentoriedad de una posición internacional lo más firme y clara que se pueda.

AHÍ ESTÁ EUROPA, REPETIMOS. AHÍ ESTÁ EL MUNDO. LA RUTA ESPAÑOLA ES SENCILLÍSIMA DE FIJAR. BASTAN DOS O TRES AXIOMAS, UNAS CUANTAS MIRADAS ATENTAS A LOS MAPAS MUNDIALES, ALGÚN CONOCIMIENTO DE NUESTRA ECONOMÍA Y, SOBRE TODO, SOBRE TODO Y SOBRE TODO, UNA AUTÉNTICA Y PROFUNDA EMOCIÓN NACIONAL, UNA FIDELIDAD INEXORABLE A LOS PROPÓSITOS AMBICIOSOS Y LEGÍTIMOS DE QUE, POR FIN, COMIENCE A LLEGAR NUESTRA HORA, LA HORA DE ESPAÑA EN EL MUNDO.

(«La Patria Libre», n. 6, 23 - Marzo - 1935)

Parece inminente la organización de un nuevo Partido. Lo dirigirá el Sr. Jiménez Fernández a base de los elementos socialmente más avanzados de la C.E.D.A.

Esto sería un percance decisivo para el señor Gil Robles

Comprenderán fácilmente nuestros lectores, y desde luego todos los camaradas jonsistas, que la noticia no tiene para nosotros otro interés que ése, el de ser una noticia. No nos afecta en grado distinto a aquel en que afecte a todos los españoles. Es para nosotros un acontecimiento, un fenómeno político que hay que registrar, tener en cuenta y nada más. Nuestras diferencias con la C.E.D.A. son esenciales, no de matiz, y por eso que deje o no paso a una cosa más o menos avanzada social y políticamente, no cambia ni modifica nuestro juicio.

Pero el hecho, la noticia, tiene importancia. Y grande. Sería en primer término un ensayo curioso de esa cosa ya tan ensayada en Europa de partido católicosocial. Y un ensayo además con un detalle que no suele existir en los ensayos: el de que ese partido apenas surgido en la vida pública, apenas bautizado y en marcha, conseguiría lo que acostumbra a ser la culminación y aspiración suprema de todos los partidos: el Poder.

Así, sin más. El Poder. Naturalmente esto que decimos se encuentra hoy en la etapa gestora, de iniciación, de incubación. No parece descabellado el propósito. Y menos aún desprovisto de panoramas atrayentes. Se conseguiría proporcionar a un típico sector de las derechas un puesto al que se creen con derecho por sus continuados sacrificios y por su fuerza parlamentaria. Y como ello recaería, no en el agitador número uno, sino precisamente en uno de los colaboradores de más popularidad social, nadie espera que tuviese aspecto alguno de provocación ni molestia esencial para nadie. Claro que eso es sin duda el secreto más secreto. Habilísimo. Bien orientado.

Y véase cómo y por cuánto tendremos en España una organización de eso que muchos llaman bolchevismo blanco, y que desde luego nosotros no creemos que merezca apelación tan terrible. Pero volvamos a repetir el gran interés que todo esto tiene. El fenómeno puede ser fecundísimo. Y quien sepa mirar, ver y oir advertiría ya curiosísimos episodios de la cinta, que ya está proyectándose en cierto modo por los teatros de provincias.

Obsérvense bien las huellas. Síganse los discursos del señor Jiménez Fernández. Cada día más firme y contundente en su afán de esgrimir una bandera social y popular del mejor cuño. Y percíbanse también otros discursos, otras declaraciones que, contra lo que muchos esperarían, son siempre coincidentes. No hay voz alguna en la C.E.D.A. que deje vislumbrar la alarma ni la disconformidad más mínima.

Y claro que nosotros y muchos saben bien que no hay muchas veces mejor medio de oponerse a una cosa que aplaudirla, y suele naturalmente ocurrir que un medio muy eficaz para lograr que otro que está con uno no se diferencie ni en timbre de voz ni en color de traje es el de hablar con su propio timbre y vestir su propio paño.

Nada más se nos ocurre. Los alambristas en los circos también descansan.

(«La Patria Libre», n. 6, 23 - Marzo - 1935)

Ofrecemos un camino para estabilizar su precio, para beneficiar a los labradores y al interés público, para acabar con la ignominia de los acaparadores y especuladores que arruinan el campo español y explotan a todo el pueblo.

El Sindicato Nacional del Trigo

En torno al problema del trigo se han levantado en España diversas banderas. Nos atrevemos a decir que ninguna ha surgido al calor del único interés legítimo en estas grandes cuestiones: el interés general de España, el interés de todo el pueblo. Aquí se perciben con más claridad las deficiencias de una economía anárquica, a merced de las audacias criminales de los especuladores que siempre envuelven y mezclan su interés al de los verdaderamente perjudicados por su parasitismo. Acontece, en efecto, ahora que entre las lamentaciones y quejas por el precio variable e ínfimo del trigo, por su difícil venta y colocación en el mercado, se oyen las voces no ya de los labradores verdaderos, de los campesinos que cultivan con esfuerzo el trigo en sus tierras, sino de los acaparadores, de los intermediarios, que con el trigo en sus paneras, comprado sabe Dios a qué precio, claman luego por su venta a tipos altos.

En la irregularidad de la compraventa del trigo es donde se advierten, repetimos, los radicales defectos de la actual ordenación económica. Pues es un producto que se presta como ningún otro a la más perfecta regulación de su mercado, sobre todo en un país como España donde normalmente la producción y el consumo casi se nivelan de un modo natural.

La primera necesidad es estabilizar su precio de un modo firme. Esta es, además, la mejor garantía para los labradores, pues si hay varios precios, si hay en el año fluctuación de precios, téngase la seguridad de que siempre se las arreglarán los intermediarios para que siempre los productores les vendan el trigo en la coyuntura del precio más bajo. Nada más sencillo que lograr matemáticamente la estabilidad del precio del trigo. Se trata de un producto de consumición puede decirse que fija, poco sensible a los precios. Es decir, en España y en todas partes se consumirá poco más o menos la misma cantidad de trigo sea cualesquiera su precio. Es un artículo de primerísima necesidad y su consumo invariable depende sólo de cifras demográficas, de la cuantía de la población, que naturalmente no cambia ni se modifica en horas.

Las tasas, la fijación de precios mínimos y demás medidas normales de la economía liberal carecen de toda eficacia. Son fácilmente burladas y todos los beneficios que pudieran extraerse de ellas no recaen nunca sobre los labradores ni sobre todo el pueblo, sino sólo sobre los grandes caimanes que tienen montado y organizado el negocio de acaparar y especular con el trigo.

Nosotros proponemos una solución nada excesivamente revolucionaria. Sensata, que concuerda incluso con las elaboraciones de economistas y teóricos ajenos a nuestra disciplina nacional-sindicalista, si bien no del todo lejos de nosotros.

Se dirige a lograr lo que nosotros consideramos eje cardinal del problema del trigo: estabilizar su precio, impedir la acción de los intermediarios. Vedla:

La solución está en suprimir la concurrencia entre los productores asegurándoles a todos un precio de compra igual y que sólo dependa de la calidad de los productos.

Para ello sería preciso que el Sindicato nacional del trigo, entidad nunca controlada por intereses particulares, creado con la colaboración de todos los interesados y del Poder público, pudiese efectuar la compra de la totalidad de la recolección a un precio estable. Ahora bien, este organismo sólo podría conseguir esa estabilización en todo momento a base de las tres condiciones siguientes:

 

1.ª El Sindicato tendría el monopolio de las exportaciones y de las importaciones.

 

2.ª Le sería delegado el monopolio de compras.

 

3.ª Monopolizaría asimismo las ventas del trigo.

 

En lo que concierne al precio de compra no tendría por sí solo atribuciones para fijarlo. El precio había de ser fijado periódicamente por el Gobierno, que se inspiraría en una sola finalidad de interés nacional: la de nivelar en lo posible la producción y el consumo. Para evitar tanto el ser tributarios del extranjero como la anomalía de la sobreproducción. Si el precio que se fije es equitativo y justo, logrará evidentemente alcanzar la producción necesaria si es inferior y disminuirla en caso de sobreproducción perturbadora.

Lo que pretendemos es que una vez fijado el precio de compra, pueda el Sindicato mantenerlo durante un largo período sin necesidad de sacrificios económicos del Estado.

Hemos dicho que un precio justo lograría el equilibrio entre la producción y el consumo, pero naturalmente en la práctica el equilibrio exacto no podría alcanzarse, debido, por ejemplo, a que las circunstancias atmosféricas que influyen en la cuantía de las cosechas no son previsibles. Examinemos, pues, cuál sería el funcionamiento del Sindicato en los casos diversos que pueden presentarse:

 

1.° En caso de recolección deficitaria.

 

2.° En caso de que la recolección equivalga aproximadamente al consumo.

 

3.° En caso de sobreproducción.

 

Si la recolección es deficitaria, el Sindicato compraría la totalidad de la misma al curso fijado, o a los diversos precios, ya que desde luego convendría una discriminación severa de la calidad del cereal.

El Sindicato importaría las cantidades necesarias para colmar el déficit, y naturalmente las pagaría a los precios vigentes en los grandes mercados cerealistas donde las adquiriese. En este caso, el precio de venta a los harineros podría ser inferior al precio de compra a los productores nacionales, porque las compras en el extranjero tendrán la consecuencia de rebajar el precio medio por quintal.

Semejante eventualidad es, por otra parte, apetecible, porque en caso de recolección deficitaria el precio único de compra sería, naturalmente, más elevado. Además, el Sindicato, que habría comprado, por ejemplo, a los labradores españoles a 100 pesetas y cuya media de compra al extranjero fuese de 90, no vendría obligado a revenderlo a los harineros también a 90. Podría señalar 95 pesetas, y constituir así una reserva de previsión, bien para entregar al Estado como compensación a los derechos de aduanas, bien para gastos de gestión.

En regla general, como se ve, para el caso de recolección deficitaria, el trigo puede venderse a los harineros a precio aún más bajo que el fijado para la compra a los labradores nacionales.

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Si la recolección es aproximadamente la misma que el consumo, el Sindicato compraría a los productores al precio fijado. Y el precio de venta a los harineros sería aumentado tan sólo en los gastos de gestión.

Y resultando, pues, que en este caso de recolección niveladora, los precios de venta del Sindicato nacional no diferirían mucho de los de compra a los labradores.

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Si hay exceso de producción, el Sindicato compraría, asimismo, al precio marcado -que en este caso no sería muy alto- la totalidad de la recolección.

El excedente sería, en parte, exportado a los precios vigentes en los grandes mercados cerealistas. Otra parte podría ser retenida, inventariándola según los precios mundiales del trigo. Las diferentes operaciones producirían una pérdida variable según la importancia de la recolección.

El Sindicato podría cubrirse de esta pérdida contable vendiendo el trigo a los harineros o a otros consumidores a precios más altos que el de compra.

La diferencia entre el precio de compra y el de venta variaría, naturalmente, según la importancia de los excedentes. De otra parte, si el precio de compra debe ser lo más estable posible, el Sindicato para equilibrar sus operaciones puede modificar con más frecuencia sus precios de venta, y practicar, también, con más rigor la diferenciación de la calidad de los trigos. (Queremos decir con esto, que puede señalar precios de compra más bajos para los trigos de peor calidad o susceptibles de originar una sobreproducción: en tal caso, la diferencia entre los precios de venta de las diversas calidades, no tendría por fuerza que ser la misma que la señalada en los de compra.)

Nos encontramos, pues, que en el caso de recolección excesiva, los precios de venta del Sindicato nacional tendrían que ser superiores a los de compra, a fin de que fuese posible cargar con cantidades superiores a las que se precisan.

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Hemos visto que en las tres hipótesis señaladas el curso que se fijase sería, desde luego, efectivo, y podría mantenerse sólo con las operaciones del Sindicato.

Para efectuar con éxito sus operaciones, el Sindicato tiene necesidad de que se le otorgue el monopolio de las exportaciones y de las importaciones de trigo, a fin de que manteniendo estable el precio de compra pueda equilibrar en todo momento la importancia de sus stocks y las necesidades del consumo.

El Sindicato necesita el monopolio de compras porque sólo la existencia de un comprador único permite la fijación de un precio único. Además, no se olvide que en este caso ese comprador único estaría sólo guiado por el interés nacional. No pretende comprar a un precio bajo o alto, sino al precio equitativo y justo que le es impuesto.

El Sindicato tiene también necesidad del monopolio de ventas, pues es mediante la diferencia entre el precio de compra y el de venta como logra realizar el equilibrio financiero de sus operaciones. Y es, asimismo, gracias al doble monopolio de compras y ventas como se hace posible arbitrar la gradación de precios por calidades. Y no se olvide que este arbitrio lo hemos señalado como eficaz contra la sobreproducción.

En realidad, en la situación actual, un exceso en la recolección representa una producción perturbadora para el equilibrio del mercado que debe tenerse en cuenta. Y es a la masa general de los agricultores a quien, en su propio interés, se la obliga hoy a soportar esta carga, ya que así puede evitar una grave caída de los precios. El Sindicato nacional, en cambio, autorizado para vender más caro que él haya comprado, reparte por igual esa carga entre todos los interesados por el trigo, es decir, labradores, harineros y público consumidor, puesto que gracias al Sindicato la totalidad de lo que haya sido pagado por los consumidores vuelve a los productores, disminuida sólo en los gastos de gestión.

He aquí, sencilla y brevemente expuesto, un plan de estabilización del precio del trigo y de remedio a las irregularidades actuales.

El Sindicato que postulamos, no hay que decir que lo entendemos en absoluto libre de toda injerencia de intereses particulares y privados.

En nuestro próximo número quizá respondamos a las objeciones que pueden sernos hechas.

(«La Patria Libre», n. 6, 23 - Marzo - 1935)

Los movimientos separatistas no abandonan sus propósitos anti-españoles. Pero ante el cambio de situación se repliegan y cambian de tono, de táctica, y hasta relegan algunos de los principios básicos a un prudente, aunque momentáneo, olvido. Ya no están en el poder las izquierdas anti-nacionales que les toleraban, cuando no fomentaban, su campaña disgregadora. La insurrección catalana se ahogó en agua de borrajas ante un puñado de soldados españoles.

Sin concesiones de los políticos de Madrid, los partidos separatistas se asfixian. Y a pesar de la propaganda que con constancia y con derroche han hecho durante tres años, sus recursos revolucionarios son nulos.

Sin embargo, es tal la pequeñez de sus dirigentes, y tan profundo el odio a España que los partidos separatistas tienen, que no abandonarán su finalidad criminal de dividir a España. Todo es cuestión de esperar tiempos mejores: el problema es sólo de oportunidad.

Así, pues, ahora los catalanes sacan a relucir su izquierdismo. Es el gancho que lanzan para agarrarse a tierra firme. De nuevo harán oír en Cataluña sus gritos demo-liberales. Como en los últimos momentos de la insurrección, al verse perdidos, dicen que ellos luchan por defender la República española contra las fuerzas reaccionarias. Mas ya sabemos que son ellos... los separatistas... «aunque se vistan de seda». Alerta, y todos contra ellos.

Del mismo modo, el separatismo vasco, más cobarde y burgués que el catalán, que a pesar de su seudo-catolicismo programático no había tenido reparos en coquetear con las izquierdas y en seguir a Prieto en la algarada de los Ayuntamientos del pasado verano, y en estar aliados con las fuerzas de la revolución de octubre, ahora sacarán su bagaje derechista para presentarse ante los gobiernos que a base de la C.E.D.A. se formen, como una fuerza de derecha vasca simplemente. Ellos juegan con su catolicismo, como el separatismo catalán con su izquierdismo, a modo de disfraz con que operar en esta situación actual, para ellos desventajosa. Pero en cuanto puedan volverán a su labor franca de ataque a España y de exaltación de Euzkadi.

La maniobra es ingenua. Está demasiado clara. La verdad es que los separatismos quieren conservar sus posiciones. Y en estos momentos les conviene destacar lo adjetivo para velar lo sustantivo. Porque la realidad es ésta: la izquierda catalana es separatista, y la derecha vasca también lo es en su mayoría. Luego su separatismo es lo esencial y lo que a nosotros nos interesa. Llámense izquierdas, llámense derechas, ellos son separatistas y, por tales, les debemos perseguir incansablemente, y el Gobierno no debe tolerarlos creyendo en el confusionismo que ellos mismos crean para sus indignos fines.

(«La Patria Libre», n. 6, 23 - Marzo - 1935)

Mítines y más mítines, todas las semanas, de todas las ideologías. Y todos llenos y repletos. La masa acude ávida de soluciones, consciente de su responsabilidad, a escuchar y a influir en la marcha de la comunidad nacional. Es el pueblo tratando de labrar su propio destino, empujando a sus «líderes», intentando comprender los problemas que les afectan, y acomodándose a una posición u otra para facilitar su solución.

¡Que intente alguno impedir al pueblo que actúe como dueño de sus propios destinos! No podrá. Sólo intelectuales como Eugenio Montes, «pensadores» mercenarios, pueden lamentarse de que el pueblo no es ya analfabeto. Es tarde para los selectos que aspiran a hacer y deshacer sin contar para nada con el pueblo.

Es que el pueblo se da cuenta cada vez más de que todos los agrupados en un mismo Estado tenemos los mismos intereses. Y que el bienestar general depende del esfuerzo, el sacrificio y la comprensión de todos. Y que el Estado no es más que la «comunidad organizada» formada por la integración de cada uno en una «unión vital».

Del Estado minoritario y artificial se pasó con la Revolución Francesa al Estado Nacional. Todavía el Estado podía ser de clases o minorías y dejar a extensas zonas populares desorbitadas y ajenas a su ritmo y acción, aunque ya no era, ni podía ser artificioso, pues se asentaba solamente sobre la realidad natural de una nación, es decir, sobre los límites de una comunidad de historia, lengua y destino. Pero ahora, dentro del Estado Nacional, se marcha hacia el Estado integrado, alentado y SOSTENIDO por «todo» el pueblo. Todo el pueblo unido en una misma «comunidad organizada» caminando, abriéndose paso, consiguiendo el pan de cada día y asegurándose el del porvenir a fuerza de actividad y de sacrificio, o sea, a fuerza de unidad de visión de los problemas y de unidad de voluntad, sobre la base real, indiscutida, de una unidad de intereses. Así pues, todos los españoles en un mismo frente. Sin guerras civiles y suicidas de clases y partidos. Sin separatismos de ninguna clase. Todos compenetrados en una misma comunidad: en un Estado Nacional y Popular; «de» todo el pueblo y «para» todo el pueblo.

(«La Patria Libre», n. 6, 23 - Marzo - 1935)