Difícilmente hay país alguno donde se advierta un fenómeno social y económico idéntico al de España. Pues se trata nada menos que de esto: una población reducida en un territorio situado en una zona mundial de privilegio, una economía sencilla sin complicaciones catastróficas ni crisis y, como consecuencia absurda, 700.000 obreros parados y un nivel de vida deficientísimo en todo el pueblo.
No somos nosotros de los que cantan a ciegas irresponsables alabanzas a todo lo que España tiene. Conocemos las limitaciones y hasta la pobreza natural absoluta de una gran parte de su suelo. Sabemos lo difícil que es aprovechar su posición marítima como fuente de una vida comercial próspera cuando el «hinterland» de esas costas es en realidad de exiguas proporciones para alimentar un intercambio robusto. Sabemos eso y todo lo que haya que saber para justificar fríamente lo difícil que resulta garantizar a los españoles un bienestar mínimo.
Pero nosotros decimos:
La parte más grave y más negra del actual momento social-económico no tiene sus orígenes en esa realidad posiblemente cierta que nosotros mismos hemos expuesto. Radica en la ausencia absoluta de un esfuerzo coherente y firme por dar a España y a su economía una dirección lógica.
Hace años que viene circulando retóricamente eso de la economía dirigida. Pero hasta ahora todos los que la han utilizado no han dirigido nada. Y eso es, sin embargo, lo que España y su economía precisan con la urgencia máxima: una dirección, un plan. Y sabiendo que dirigir la economía no consiste sólo en dictar decretos, pues eso es igualmente propio de una economía liberal, que ya sabemos no es una economía libre, sino simplemente una economía mal dirigida.
Pero en España necesitamos no sólo una dirección económica, un plan económico. Eso no basta. Se necesita y requiere a la vez una dirección política, un plan histórico para la vigorización nacional de España y la elevación material de los españoles.
Parece innegable que la realidad nacional se nutre de malestar, incertidumbre y falta de rumbo. Nosotros quisiéramos llevar a la conciencia de todo el pueblo un afán voluntarioso de salvación y una perspectiva exacta que le permitiese advertir la angustia de su problema.
Pues hay una verdad evidente: la desazón económica alcanza a zonas enormes de españoles y urge oponerle diques rápidos.
Nosotros aseguramos que había de ser relativamente fácil borrar de España toda posibilidad de ruina y de miseria. Bastaría que la dirección de la economía pasase de las manos ineptas y egoístas de un sector nacional a otras más robustas y fieles a los intereses de todo el pueblo.
Si en España se decidiese con vigor una batalla contra el hambre y la vida económicamente angustiosa de la mayoría del pueblo estamos seguros de que con sólo sus preparativos se lograría el éxito. Es sencillísimo hacer que en España vivan, no ya 20 millones de españoles, sino 40 millones. Las posibilidades económicas de España no esperan para duplicarse sino la existencia de una voluntad efectiva de lograrlo.
Repetimos que la ruina de las industrias, la crisis general del campo y los 700.000 obreros parados son en España un absurdo monstruoso.
(«La Patria Libre», n. 7, 30 - Marzo - 1935)