Algunos pobres majaderos buscan al título de nuestro periódico alusiones pequeñitas. LA CONQUISTA DEL ESTADO, dicen, equivale a la conquista de la nutriz presupuestaria. Nada más. Eso dicen los que están muy conformes, porque ya lo han conquistado de esa manera.
Muy pronto hablaremos de estas cosas, porque en España estamos llenos de «conquistadores» de ese linaje. ¡Oh, la gente liberal! Esos que reclaman libertades del Estado. Esos que desean podar al Estado todos sus resortes. Esos que hablan y no acaban sobre las limitaciones del Estado. Que no quieren que les moleste el Estado. Pero... que les parece muy bien una cosa del Estado: su capacidad para dar sueldos y prebendas.
¡Conocemos cada liberal con seis, ocho y diez sueldos cada uno!
Nosotros, en cambio, vamos a la conquista del Estado con otros objetivos. Vamos en busca del solar del Estado. Para elaborar un Estado, el Estado hispánico. Hoy tembloroso y en zigzag. Esto es, conquistado por las vulpejas liberales. Burócrata y rapaz. Abesugado y mediocre.
¡Ya lo creo! A la conquista del Estado. Tiene esta frase otros sentidos más profundos. De raíz hondísima, que no es ésta ocasión de destacar. Que los aludidos a quienes se encaminan estas notas no comprenderían.
Gracias al Estado, a un Estado, somos entes políticos. Sin él, seríamos cualquier cosa, pero no personas políticas con unos derechos y unas libertades. Con un destino colectivo, grande o pequeño, y un futuro. Con algo que hacer en común unos con otros.
Pero, repetimos, estas son razones que no se les alcanzan a los cerebros de corcho que andan por ahí. Esos que cobran ocho sueldos y piden libertad. Libertad para eso, claro, y no disciplina ni deberes que trasciendan sus egoísmos cazurros.
Más sobre esto hemos de hablar largo, muy largo.
(«La Conquista del Estado», n. 3, 28 - Marzo - 1931)