Una cosa hay desde luego en la actitud de los estudiantes que merece nuestro elogio radical. Su apelación a la violencia. Aquí, en España, donde las frías temperaturas han sido en los últimos veinticinco años norma de las actuaciones políticas, ese gesto heroico de no cerrar los ojos al disparar una pistola, hay que cultivarlo como merece. Habíamos perdido un poco, por exceso de apagamiento y cobardía, esas ejecutorias del valor, y en buena hora sean llegadas de nuevo.
Junto a los grandes peligros están las victorias magníficas. Si queremos para España en los próximos años realizaciones de tipo valioso, ha de ser preciso equiparse y dar cara a estos acontecimientos, que nunca son síntoma de debilidad popular. No seremos nosotros quienes reprobemos la violencia que por ahí circula.
Ahora bien; frente a los gritos que se pronuncian por unos y otros, proclamamos una vez más que no nos identificamos con ese pleito. Resuélvase como se quiera. De cualquier modo nos parece bien. Nosotros nacemos para otra cosa. Nuestra fuerza tendrá muy otro sentido que el de defender la Monarquía o la República. Esta actitud, que muy pocos grupos defienden en España, la creemos necesaria y urgente.
Asistimos ahora a una movilización universal en torno a dos ideas y actuaciones polares. O con una o con otra. Este es el verdadero problema. LA CONQUISTA DEL ESTADO se reafirma antiliberal y antiburguesa. Pero, sobre todo, se reafirma anticomunista, antisoviética; se reafirma exaltadora de una idea nacional, hispánica y del coraje revolucionario de los nuevos tiempos. Esta es nuestra palabra.
(«La Conquista del Estado», n. 3, 28 - Marzo - 1931)