Disparos en Atocha... Muertos... La desazón de la juventud española se ha encrespado actualmente con fiebre auténtica y ambición aquilina hacia nortes futuros.
Ha dejado sobre la ruta de los demás la resobada algarabía de los clamores preventivos, blandos e inocuos, como gomas higiénicas. Ya no chilla con hipos de menopáusica para pedir luego socorro a la justicia de los papás. Tampoco acude a los proyectiles de primera o segunda comunión de barrios bajos: con ladrillo o teja. Serenamente, jubilosamente, juguetonamente, disparará su pistola. Da la bala el coraje y la pureza de sus mejores sueños. Todavía casi infantiles.
Otra vez ha venido a España la posibilidad de perderse una vida joven, no por una blenorragia pesetera, que era hasta hoy la mayor y única heroicidad admitida, sino por la refriega en la calle, cuerpo a cuerpo... Con riesgo, pasión y sangre. Disparos en Atocha. Muertos.
Aquí, ahora, con el puño erguido, os saludamos, valientes camaradas estudiantes. Aquí, ahora, confiamos en vuestro ahínco para hazañas más hondas, más tremendas, más de nuestra generación revolucionaria.
(«La Conquista del Estado», n. 3, 28 - Marzo - 1931)