La Conquista del Estado (Número 14)
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La urgencia de una ambición nacional.
Se pretende la disolución de la Patria.
Hay que llevar a la conciencia del pueblo el deber de la protesta armada
La frase rotunda
He aquí nuestro grito: España, una e indivisible. Muchos republicanos españoles, tan amantes de la ejemplaridad de la Revolución francesa, olvidan que un grito así salvó a Francia y salvó a la Revolución. Hay que seccionar esa ola mediocre de localismos que hoy satura la atmósfera hispana e instalar revolucionariamente el deber de todos. La vejez cobarde, que hoy es dueña de los ministerios, asiste con apatía criminal a esa forja de decadencias que suponen las propagandas separatistas.
El abandono de las funciones de unidad señala una disolución irreparable. No se concibe cómo un pueblo, en el resurgir victorioso de una Revolución que triunfa, tolera fríamente los zarpazos desmembradores. ¿No habrá un hombre de temple que intuya con genialidad la palpitación del pueblo, hoy encadenada a la falacia de los traidores, y dé la orden de marcha contra los enemigos de la Patria? Porque es preciso que todos se den cuenta de algo, y es que el día en que la amenaza separatista abandone su actual escondrijo y se muestre ahí, ante el pueblo, éste pedirá a cualquiera -entiéndase bien, a cualquiera- que dirija los combates. Aun a costa de una tiranía.
La táctica de la minoría separatista de Cataluña que dirige Maciá es innoble y vergonzosa. Consiste en desorientar al pueblo con declaraciones contradictorias. Con hipocresía pura. A falta de valor y denuedo para sostener con las armas su loca pretensión, inician las tortuosidades que le permitan el ejercicio de un poder coactivo sobre el pueblo. De este modo, lo que hoy son sueños vanos de una minoría se convertirá, provocado por intereses y coacciones, en la voz de la región entera.
Para impedirlo, es urgente desalojar de los puestos directores de Cataluña a los separatistas emboscados y fusilar a Maciá por traidor. Toda la energía que se utilice es poca, si se tiene en cuenta la gravedad de los hechos. Las horas revolucionarias se distinguen de otras por la posible rapidez y eficacia en las intervenciones. Si se permite que adquieran robustez los actuales equívocos, serán luego más difíciles y más sangrientas las jornadas.
Los Estatutos regionales
De los tres proyectos de Estatutos regionales que hoy se elaboran, tan sólo el de Galicia va a ser, en cierto modo, discreto. El de Vasconia, de ingenuidad primitiva e intemperante. Y el de Cataluña, rencoroso, audaz y provisto de todos los gérmenes desmembradores.
La tarea de disciplinar esos Estatutos y la de rechazarlos corresponde a las Cortes Constituyentes. Pero no se olviden las amenazas de Maciá. El Gobierno provisional está en el deber de tomar medidas para el caso probabilísimo de que las Cortes rechacen el Estatuto separatista de los catalanes. Si no lo hace él, lo hará el pueblo, que se encargará de su propia movilización, así como de batir las rebeldías.
Hay que impedir que la disolución de España se lleve a efecto con música de aplausos, obligando a los disidentes a una actuación armada. A nosotros no nos importa la concesión de autonomías administrativas, pues esto favorecería quizá la eficacia del Estado. Pero sí denunciamos que no es eso ni nada que se relacione con eso lo que solicitan y quieren los separatistas. Existe todo un programa de asalto a la grandeza hispánica, al que colaboran los inconscientes de más acá del Ebro en nombre de la turbiedad democrática-burguesa que concede libertades y disuelve pueblos. La política separatista se propone realizar sus fines en tres etapas. Una, la actual, encaramándose a los puestos de influencia en Cataluña y desde ellos educar al pueblo en los ideales traidores. Otra, intervenir en la gobernación de España, en el Poder central, con el propósito firme y exclusivo de debilitar, desmoralizar y hundir la unidad de nuestro pueblo. Por eso decíamos hace quince días, que no hay que prestar sólo atención a lo que los catalanes pretendan y quieran para Cataluña, sino más aún a lo que pretendan y quieran para España. Su segunda etapa consistirá, pues, en debilitar nuestro ejército, esclavizar nuestra economía, enlazar a sus intereses las rutas internacionales, propulsar los nacionalismos de las regiones haciéndoles desear más de lo que hoy desean, lograr, en fin, que un día su voluntad separatista no encuentre en el pueblo hispánico, hundido e inerme, la más leve protesta.
La tercera etapa, cumplida en el momento oportuno, consistirá en la separación radical.
Este plan lo hemos oído de labios de uno de los actuales mangoneadores de la Generalidad. Es indigno y cobarde. Denota una impotencia ruin, pues si un pueblo desea y quiere la independencia, la conquista por las armas. Pero es que no se trata del pueblo, del magnífico pueblo catalán, sino de una minoría bulliciosa que sabe muy bien no le obedecería el pueblo en su llamada guerrera. De ahí el plan, las tres etapas criminales que antes apuntamos.
España debe batir ese plan, que lleva consigo el propósito de reducir a cenizas la prosperidad de nuestro pueblo. Y hay que batirlo con estrategia. La más elemental indica que conviene acelerar ese proceso y plantear a Cataluña, en estos minutos de optimismo robusto para el pueblo español, por haber destruido el feudalismo borbónico, el problema de su hispanidad. Derrotar a mano armada sus pretensiones, obligarle a la lucha, provocar, en una palabra, la fase final del plan. Elegir el día y hora de la batalla.
El estatuto que hoy se redacta no representará sino la opinión parcial de Cataluña. La de los que ejercen allí y ahora el Poder coactivo. La legitimidad de esa asamblea o diputación deliberante es muy problemática. Quedan fuera la Lliga, los radicales (pues Lerroux fue bien expresivo al fijar en uno el número de sus amigos), la opinión socialista y el proletariado numerosísimo de la C.N.T.
Ese estatuto debe ser estudiado aplicándole toda serie de reactivos químicos, pues en él irán contenidas en germen las aspiraciones separatistas, y conviene, a ser posible, oponerse desde un principio a la táctica enemiga.
Las traiciones, las inconsciencias y las cobardías de aquí
Desde luego, una vez conocida la impotencia de los núcleos separatistas, se comprende que necesiten y busquen la complicidad inconsciente de toda España. Hasta qué punto está relajada en algunos la idea nacional, hay ejemplos a diario. Así el discurso reciente de Ossorio Gallardo -leguleyo nefasto a quien hay que impedir influya para nada en la República- en el Centro de dependientes de Barcelona. Por las enormidades que dijo, calculamos los aplausos que se llevaría ese voraz picapleitos, una de las figuras más inmorales de la política española, por las razones que algún día diremos.
Es comprensible, aunque errónea, la actitud de los separatistas. Pero la de esa opinión difusa que en el resto de España acoge con simpatía las aspiraciones desmembradoras constituye una traición imperdonable. Es quizá uno de los más fuertes síntomas de que amenaza a nuestro pueblo un tremendo peligro de decadencia. Las juventudes y los españoles sanos debemos iniciar con toda rapidez la tarea de levantar y exigir a todos la fidelidad más pulcra a la España una e indivisible.
Cataluña agradece esas traiciones y recoge de ellas el argumento máximo. Las contesta con falsa cordialidad, ocultando sus afanes íntimos, y de este modo introduce en España la atmósfera propicia que le «deje hacer» su plan. Véase cómo el cerebro elemental de ese poeta Gassol denunció en un minuto sincero los propósitos finales. Dijo textualmente en Manresa que él «ni era español ni quería serlo».
Lo que interesa sobre todo destacar es que los intereses separatistas de Cataluña se oponen a los intereses hispánicos, y que, bajo ningún concepto, puede España tolerar la fuga. Los separatistas catalanes sueñan con el Estado valenciano-catalano-balear y no se conformarán con menos.
El máximo temor, insistimos, reside en que España se degrade hasta el extremo de apoyar y ver con simpatía la conspiración minoritaria de los separatistas. Si esto ocurre es que España se hunde sin remedio. Pero nosotros no creemos ni podemos creer nunca tal cosa. España se levantará como un solo hombre contra el crimen histórico. Y garantizamos que habrá sangre de sacrificio, la nuestra, y que los separatistas se verán obligados a luchar. Porque interceptaremos su camino con fusiles.
¡Viva la España, una e indivisible!
(«La Conquista del Estado», n. 14, 13 - Junio - 1931)
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Nuestras organizaciones
Llevamos unos tres meses auscultando la capacidad revolucionaria de nuestro pueblo. Una certeza es indiscutible: la de que se hace preciso movilizar revolucionariamente al español de los campos. Inyectarle sentido de protesta armada, afanes de violencia. El campesino español tiene derecho a que se le «libere» del señorito liberal burgués. El derecho al voto es una concesión traidora y grotesca que no sirve absolutamente de nada a sus intereses.
Hay que legislar para el campesino.
Hay que valorizar sus economías, impidiendo la explotación a que hoy se le somete.
Hay que saciarlo de tierra y permitirle que se defienda con las armas de la opresión caciquil.
LA CONQUISTA DEL ESTADO organiza con entusiasmo su propaganda entre los campesinos. Hemos creado el «Bloque Social Campesino», que se encargará de estructurar eficacísimamente a nuestros afiliados de las aldeas. Todas nuestra fuerzas de los campos engrosarán ese Bloque, que actuará completamente subordinado a la dirección política de nuestro Comité.
En Galicia cuenta ya el Bloque con miles de campesinos entusiastas, y en breve saldrán para Andalucía los camaradas Ledesma Ramos y Bermúdez Cañete en viaje de propaganda a esa región.
Nuestro gran deseo es lanzar la ola campesina contra las ciudades decrépitas que traicionan el palpitar vitalísimo del pueblo con discursos y boberías.
Nunca con más urgencia y necesidad que ahora debe buscarse el contacto de los campesinos para que vigoricen la Revolución y ayuden con su rotunda expresión hispánica a darle y garantizarle profundidad nacional. El campesino, hombre adscrito a la tierra, conserva como nadie la realidad hispana, y tiene en esta hora a su cargo la defensa de nuestra fisonomía popular.
Nuestro «Bloque Social Campesino» tendrá una meta agraria diversa en cada región española. De acuerdo con la peculiaridad del problema en las diferentes comarcas. Si bien le informará un común anhelo de nacionalización y de entrega inmediata de la tierra a los campesinos.
Ahora bien: junto a esa meta de eficacia y de justicia en la explotación, nuestro «Bloque Social Campesino» enarbolará una plena y total afirmación revolucionaria que le obliga a colaborar con nuestras organizaciones puramente políticas en el compromiso de apoderarse violentamente del Estado.
No debe olvidarse que nuestra fuerza se ha formado con estricta fidelidad a la hora hispánica, que requiere y solicita una exclusiva actuación revolucionaria. Quien logre hoy movilizar en España el mayor impulso revolucionario, alcanzará el triunfo. No, en cambio, las voces pacifistas, de buen sentido si se quiere, que se asustan de los gestos viriles a que acuden los hombres en los decisivos momentos de la Historia.
Hay que armar a los campesinos y permitirles ser actores en la próxima gran contienda. El «Bloque Social Campesino» no pretende sólo situar ante ellos la meta de redención, sino que también educará su germen revolucionario para garantizar la victoria. A la vez, pues, que descubrirles el objetivo, lanzarlos briosa, corajuda e hispánicamente a su conquista. He ahí su enlace con la totalidad de nuestra política, de nuestra fuerza, de la que el «Bloque Social Campesino» será una filial de primer rango.
(«La Conquista del Estado», n. 14, 13 - Junio - 1931)
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1919-1931
Junto al mundo que muere tenemos la compensación y el júbilo del mundo que nace.
Desde el 10 de diciembre de 1919, cuando la C.N.T., después de un período álgido de luchas y triunfos, se remansó un poco en el Congreso del Teatro de la Comedia de Madrid, antes de lanzarse como una pantera sobre el capitalismo español, hasta ahora -mes de junio del año 1931 republicano-, ha transcurrido mucha historia. Cayeron militantes audaces y valerosos. Surgió la estúpida Dictadura de don Miguelito. Hubo cárceles y destierro para el Sindicato Único. Vinieron las dictablandas de Berenguer y Aznar. Llegó la republiquita medrosa y burguesa, con su cortejo de frailes, banqueros y generales. Por encima de tales mostrencos sucesos, ha crecido y se ha granado la nueva generación hispánica, que es muy nacional y muy revolucionaria, que viene acuciada por Europa, y que pretenderá imponerse a la Europa cobarde, parlamentaria y ramplona.
Nosotros tropezamos ahora mismo con el casi millón de adheridos a la C.N.T., con el fenómeno sindicalista, y entonces nuestro interés más fecundo converge en las faenas de su Asamblea actual. Vamos forzosamente a buscarla y a comprenderla y a interpretarla con ojos amigos. Trae cerca de medio millar de delegados de los cuatro puntos cardinales de la Península; trae la fiebre ibérica por la creación y el ensueño futuros; trae los enormes problemas de la Tierra, de la Sindicación forzosa y del porvenir del país. Viene repleta de denuedo y de afán juvenil.
Hemos de estar junto a la C.N.T., en estos momentos de inmediata batalla sindical, en estos instantes de ponderación de fuerzas sociales. Así creemos cumplir con nuestro deber de artífices de la conciencia y de la próxima y genuina cultura de España.
(«La Conquista del Estado», n. 14, 13 - Junio - 1931)
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Carta enviada a los periódicos por el director:
Distinguido compañero: Acudo a su periódico para denunciar una triste realidad que acontece en Cataluña. Contra las falsas cordialidades que hoy circulan, se alza el hecho de que los separatistas, obedeciendo órdenes del señor Maciá, según nos consta, impiden en Barcelona la difusión y venta de nuestro periódico LA CONQUISTA DEL ESTADO.
Coaccionan a los vendedores, queman los ejemplares en la calle, amenazan con incendiar los kioscos. Todo esto porque, en uso de las libertades vigentes -que allí, al parecer, no rigen-, nos permitimos defender en nuestro periódico una estructura unitaria del Estado, con amplias autonomías administrativas, pero no políticas.
Como no estamos dispuestos a que se nos despoje, en ningún territorio de la República, de los derechos que nos corresponden, hemos enterado de esta anomalía al ministro de la Gobernación, y sospechamos que no se reconoce con autoridad en Cataluña, pues nada ha querido hacer en este asunto. Ahora bien: nosotros tenemos suficiente número de amigos -pues no debe olvidarse que LA CONQUISTA DEL ESTADO no es solo un periódico, sino a la vez una fuerza política organizada- para no tolerar el atropello catalanista. Y con nuestros propios medios garantizaremos nuestra defensa, sea ésta en el terreno que sea, no aceptando la más mínima responsabilidad.
Le agradezco la publicación de estas líneas.
Cordialmente,
R. LEDESMA RAMOS
(«La Conquista del Estado», n. 14, 13 - Junio -1931)
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El feudo de Bullejos
En España hay una media docena de grupos comunistas. La meta actual de todos es controlar el posible movimiento comunista de nuestro país, apoderándose de su dirección. Batallan, pues, entre sí, como podrían hacerlo los caciques de un villorrio. Eso les condena a infecundidad absoluta, y les despoja de influencia en el proletariado, que es la base de toda organización de tipo comunista.
El domingo último se celebró en Madrid la consolidación de uno de esos grupos, el ortodoxo de la Internacional Comunista, que acaudilla José Bullejos. Le distingue de otros grupos el que se le premia su fidelidad a esa Internacional con unos billetes mensuales. Representa la ciega dependencia de Moscú, la enajenación de la peculiaridad nacional, sometiendo la ruta revolucionaria a fórmulas bolchevistas.
No es tiempo aún de conocer la mecánica de estos grupos, hoy dedicados a la tarea de desprestigiarse mutuamente. No controlan el extremismo social -hoy a cargo de la C.N.T., de los Sindicatos únicos- ni el extremismo político -que realizan con toda fidelidad las organizaciones de LA CONQUISTA DEL ESTADO. No obstante, la reciedumbre comunista es de tal linaje que una inexperiencia política prolongada en los Sindicatos pueden permitirle el acceso a la dirección revolucionaria.
Estos son los sueños, al parecer, de José Bullejos, el minúsculo Stalin que ha cabido en suerte a nuestro pueblo. Su agrupación en Madrid es irrisoria y sus intervenciones se reducen a bravatas infecundas que le transmite el teléfono ruso.
En su periódico Mundo Obrero piden un Gobierno obrero y campesino, y esto, lógicamente, debía llevarles a fundirse en las organizaciones obreras y campesinas ya existentes. Pues si no cuenta con la clase obrera y campesina, ¿no es absurdo que solicite para ellas el Poder?
Desengáñese el camarada Bullejos. Su actitud en las filas revolucionarias es contraproducente, abstracta e ineficaz.
La pirotecnia de Maurín
El comunista catalán Joaquín Maurín ha dado una conferencia en el Ateneo. Tuvo momentos felices, que aplaudimos. Tuvo otros de catástrofe, que hubieran justificado incluso una agresión personal. Pierde a Maurín su baile perpetuo sobre los hechos y las cosas reales, consecuencia de un intelectualismo perturbador de perturbado. A un esquema rotundo sacrifica la rotundidad de un hecho.
Su acierto máximo consistió en plantear la necesidad de que nuestra Revolución sea eminentemente hispánica, sin copiar ni seguir las rutas ya trazadas por los revolucionarios de otros pueblos. Pero entonces, decimos nosotros, no podía ser una Revolución comunista.
Ahora bien: su crítica de lo hasta aquí hecho por la Revolución democrática fue endeble y quisquillosa, pues no se le puede ocultar a su perspicacia que en el fondo razonaba como un «pequeño burgués» herido. Maurín demostró en su conferencia una preocupación absurda por victorias de tipo democrático burgués. Así su declaración criminal de separatismo catalán que fue oída con una impavidez más criminal aun por los pollos del Ateneo. La tesis no pudo lograr mayor grado de falacia. Declaró que era preciso desunir para volver a unir. El equívoco es patente: si la unidad nacional es falsa, artificiosa, según afirman los separatistas de campanario, esa prueba de desunir para volver a unir conduciría a la separación radical. Pero si no es falsa ni artificiosa, como creemos nosotros, es absurda la protesta que hoy se mantiene. La haya hecho el Estado, la haya hecho la libre manifestación nacional, si la unidad es necesaria, discutir sobre ella denuncia tontería plenísima.
La presión de Andrés Nin
En la misma tribuna que Maurín, habló al día siguiente Andrés Nin. Sus palabras dejaron atónitos a los «pequeños burgueses» del Ateneo. Nin expuso con certerísima claridad la ruta comunista. La implacable desnudez con que presentó sus tesis, el desprecio tan exacto a las preocupaciones democráticas de la burguesía, su defensa terminante de la dictadura del proletariado, todo, en fin, contribuyó a que su conferencia ostentara un auténtico y ortodoxo carácter comunista.
El aparente paseo triunfal de la acción comunista nace de la victoria rusa. Allí, en efecto, ha surgido una eficacia política y económica frente a las impotentes democracias europeas. El brinco de Rusia la sitúa en la legitimidad de nuestro siglo, dotándola de medios robustos para conseguir los valores de esta época. Ha eliminado la bobería demoliberal e instaurado una disciplina de tal índole en la producción, que sus batallas económicas están por completo libres de peligro.
Pero es cobarde y ruin abandonar la salvación política y económica de nuestro pueblo a la hazaña de un pueblo extranjero. Las propagandas comunistas son en España traiciones imperdonables a nuestra originalidad revolucionaria.
Andrés Nin, en su conferencia, presentó con exactitud el problema: la revolución democrática es hoy puro anacronismo, y la burguesía tratará de entontecer al proletariado, señalándole como metas las libertades políticas.
Ahora bien, ¿olvidan los comunistas la posibilidad de que surja un bloque político-económico que enarbole la rota definitiva de la democracia liberal, haga por sí la revolución económica y presente a los pueblos como resorte de eficacia la grandiosa furia nacionalista?
Contra las fuerzas retrógradas demoliberales admitimos conexión y enlace con los comunistas. Pero impediremos con nuestras propias vidas que el comunismo se apodere del timón revolucionario.
(«La Conquista del Estado», n. 14, 13 - Junio - 1931)