En presencia de la ruindad
La salida de nuestro semanario, el éxito y la expectación formidables que le rodean, han puesto al desnudo la moral política de que disponen los dirigentes falangistas. LA PATRIA LIBRE, órgano de las J.O.N.S., podía, lógicamente, causar indignación en los grupos antinacionales, según, desde luego, ha ocurrido, pero esperábamos que otros sectores, por ejemplo, en F.E., sabrían saludarlo con serenidad y justicia.
No ha ocurrido así, y nos interesa mucho señalar ante el Partido las circunstancias en que la hostilidad falangista se ha producido contra nosotros a causa precisamente de la salida y aparición de nuestro periódico.
Prevemos, pues, un recrudecimiento de la campaña insidiosa, calumniosa y vil que ya en los primeros días de la ruptura de las J.O.N.S. con F.E. se desató contra los camaradas dirigentes de nuestro Partido. Prevemos que los jefes falangistas insistirán en su tarea de engañar a sus organizaciones propagando entre la base de F.E. la necesidad de que se nos considere como los enemigos peores. Prevemos que seguirán alimentando allí la atmósfera de odio con la esperanza de que sus afiliados más ingenuos e inexpertos recojan por su cuenta y riesgo las ruines insinuaciones de los jefes.
Y frente a eso, nosotros tenemos necesidad de dirigirnos a todos los jonsistas para decirles:
Las J.O.N.S. no tienen pleito alguno que ventilar con los falangistas. No hay, pues, que recoger sus provocaciones, que nacen, como sabemos, del engaño de que se les hace objeto por sus jefes. Nada hay que hacer contra los afiliados de Falange Española. Aunque sean injustos con las J.O.N.S. y repitan hasta la saciedad los calificativos calumniosos que les dicta la vileza de sus dirigentes.
Nosotros en las J.O.N.S. tenemos que distinguir perfectamente entre los afiliados de F.E.; es decir, entre los militantes de la base del Partido y los diez o doce rufianes que de un modo directo siguen y defienden en los puestos más destacados las orientaciones de Primo de Rivera.
Repetimos la necesidad de hacer esa distinción, pues en los militantes sinceros de F. E. hemos de ver siempre posibles camaradas nuestros, gentes honradas que persiguen un ideal en muchos aspectos destacable con elogio y, en cambio, en esos diez o doce a que nos referimos antes, no hemos de ver sino lo que son: seres residuales a extramuros de toda emoción patriótica y de todo propósito limpio.
Por ningún concepto desarrollarán las J.O.N.S. género alguno de hostilidad contra los falangistas. Tengamos fe en que sabrán librarse de la férula indignante a que hoy se les somete, férula que no es deshonrosa precisamente para ellos, sino para los desaprensivos que utilizan el esfuerzo de unos grupos juveniles y sinceros en la tarea exclusiva de sostener su vanidad enfermiza y sus inconfesables ambiciones.
Pues resulta que Primo y sus amigos juzgan intolerable que los jonsistas abandonásemos la disciplina de F. E. y nos encontramos así ante muy pintorescas contradicciones. De una parte, declararon en su día que habíamos sido expulsados, y si esto hubiese ocurrido, natural era que no les preocupase nuestra posterior ruta. De otra parte, al hostilizarnos y recordar de modo tan notorio el vacío que allí dejamos, patentizan que fue nuestra en absoluto la iniciativa y que disponemos de un vigor y de una firmeza ante la que pierden totalmente la serenidad.
No perdonan a las J.O.N.S. que les abandonaran. Y sostienen la peregrina teoría de que no disponíamos de libertad para hacerlo. ¿Pero en qué época feudal creen vivir esos señoritos? ¡No faltaba más sino que al entrar en contacto con F. E. se perdiese la libertad de determinación y quedaran los afiliados convertidos en esclavos!
(«La Patria Libre», n. 2, 23 - Febrero - 1935)