Existe una gran masa de españoles que, con admirable constancia, dedican lo mejor de su juventud al estudio, almacenando conocimientos que les permitan, con ciertas posibilidades de éxito, salir airosos en alguna oposición.

Año tras año, el estudiante opositor se esfuerza por superarse, confiando que algún día verá figurar su nombre en la lista de los elegidos. Mientras tanto, todos los sacrificios le parecen pocos. Muchos de ellos trasladan su residencia, desde cualquier remoto confín de provincias, a Madrid. Compran sin regatear los más absurdos y variados textos impuestos por las Academias que se titulan «especializadas», la mayoría de las cuales no son sino antros de explotación y, a veces, centros inmorales.

Adquieren a peso de oro toda esa serie de documentos, inútiles en su mayoría, que el Estado les exige... ¡En fin! Todo el mundo los explota sin piedad. Como si fueran potentados que estudiasen por el placer o la vanidad de adquirir cultura, se les impone mil formalidades a cada cual más cara.

Después de tanto sacrificio, de tanta traba legal, cuando por méritos y por dinero pudiera considerarse que habían adquirido el derecho de ser tratados con respeto, resulta que el Estado los desconoce como clase y les impone las más absurdas normas, compuestas al azar, sin unidad de criterio, variando continuamente los textos y las condiciones de examen.

Pues bien. ¡Nosotros estamos dispuestos a levantar la bandera de liberación del estudiante opositor!

Crearemos una Federación Nacional donde serán acogidos todos los opositores, sin distinción de ideas o confesiones, pues es preciso tener presente que la Federación deberá ocuparse estrictamente de mejorar la condición profesional de los opositores, sin que en momento alguno pueda orientarse hacia fines políticos o confesionales.

Nuestro plan es bien sencillo. Consiste en crear tantas Asociaciones de opositores como especialidades hay, y como lazo de unión de todas ellas estará la Federación, con carácter Nacional.

Cada Asociación tendrá su Directiva, nombrada por la Asamblea, y se ocupará exclusivamente de estudiar sus propios problemas que serán resueltos por la Federación, secundada ésta por todas las Asociaciones.

No creemos prematuro anticipar que de la unión de los opositores se obtendrán frutos magníficos. Por de pronto, el reconocimiento de los opositores como clase, lo que lógicamente habrá de producir un tratamiento más respetuoso por parte de los Poderes públicos.

La Federación podrá luchar ventajosamente con todos los embaucadores del opositor y seguramente conseguirá garantizar la imparcialidad de los exámenes, pues solicitará del Ministerio correspondiente el nombramiento de un representante en cada Tribunal de examen.

La Federación velará siempre por el interés de los opositores e impedirá que el favoritismo político robe sus posibles plazas introduciendo de matute en el escalafón a los temporeros.

Luchará incansablemente hasta imposibilitar esos Concursos-oposiciones que, la mayoría de las veces, no son sino repugnantes contubernios hechos para favorecer a determinados paniaguados.

Hará imposible toda injusticia y no cejará hasta conseguir que la obtención de un empleo público sea un hecho meritorio y no un favor o una venta.

(«La Patria Libre», n. 2, 23 - Febrero - 1935)

El drama de los partidos demo-liberales

Es una realidad -para nosotros confirmadora de nuestra ruta- la inexistencia absoluta de juventudes demoliberales, o como en la terminología corriente y general se las denomina: «republicanas».

Sin entrar a discutir su cantidad y calidad, es un hecho que, al socaire del triunfo del nuevo régimen, todos los partidos «auténticamente» republicanos lograron formar cuadros juveniles. Constantemente se oía hablar de la Juventud de Acción Republicana, Juventud Radical-Socialista, etc., etc.

Pero estas juventudes privadas en absoluto de un espíritu nacional, y aún más, de un afán de justicia social; agrupadas en tomo a unos principios vanos, sin contenido hispánico, «Liberté-Egalité-Fraternité»; alimentadas exclusivamente con elementos negativos de odio a la Patria, al rico (sin amor al humilde), a la tradición espiritual de nuestro pueblo (sin tolerancia religiosa), al Ejército (sin amor a la paz verdadera), al propietario agrícola (sin querer permitir el acceso del obrero a la pequeña propiedad), sin miras de una redención social de las masas proletarias, resultaron monstruosamente aniquiladoras, jacobinas e infecundas.

Sólo un afán positivo se pudo advertir en las juventudes republicanas demoliberales: el afán de «enchufarse», de ganar dinero a costa del contribuyente, de medrar sin esfuerzo en los cargos políticos estatales. El que podía considerarse «líder» de las juventudes revolucionarias, de las juventudes republicanas, Sbert, sin talla de conductor, fue el que comenzó dando mal ejemplo, desentendiéndose de encauzar el movimiento juvenil revolucionario hacia metas ambiciosas, heroicas y nacionales dentro de la República, y dedicándose, por el contrario, a servir el separatismo catalán a cambio de un acta y de un puesto en el Tribunal de Garantías.

Las juventudes republicanas se han esfumado. No existen. Este debe ser el hecho más significativo y desolador para los dirigentes de los partidos que se llamaban «avanzados» -hoy verdaderamente retrógrados y trasnochados-, es decir, de los partidos liberales republicanos. La juventud, sin haber dejado sus afanes renovadores radicales, toma hoy otros rumbos más modernos y actuales. La juventud plena de idealismo y de espíritu de sacrificio, busca nuevas estructuras económicas, sociales y políticas, más justas de la sociedad, dentro de las realidades nacionales y en consonancia con los problemas del momento presente, y no como algunos, que intentan hacer política hoy, pensando como los honrados politicastros de hace cien años.

(«La Patria Libre», n. 2, 23 - Febrero - 1935)

La masonería huye siempre de la luz, y también de los taquígrafos. El otro día se la provocó en pleno Parlamento. Y la masonería -representada fuertemente en algunas minorías- tuvo la habilidad y el acierto de callar. En su falta de exteriorización reside su enorme eficacia. Hay mucha gente que no cree más que en lo que tiene delante de sus ojos. Y deja de valorar actuaciones sigilosas que producen efectos a pesar de no llamar la atención de los ingenuos.

La masonería, en su doble aspecto de secreta y exótica, es perjudicial para los intereses nacionales y para la seguridad de la paz y del orden público.

Sin creer en las ridiculeces que se cuentan de los inofensivos ritos masónicos, no dudamos -precisamente por enfocarla con seriedad- en atribuir una importancia relevante a la masonería, cuya actuación política -es la única que nos interesa- ha sido siempre llevada con suma habilidad, produciendo los efectos apetecidos por los masones, efectos de importancia en la Historia de España, y de enorme peligrosidad para los elementos nacionales. En la pérdida de nuestras colonias, en todas las revoluciones y cambios de régimen, en las diversas campañas de propaganda antiespañola en el extranjero, se ha visto clara la mano de la masonería.

No solamente hay que reparar en lo que ella hace de un modo directo -que acaso no sea mucho en cantidad-, sino en lo que ella influencia y determina indirectamente. He ahí, por ejemplo, la Institución Libre de Enseñanza, controladora absoluta del mundo pedagógico español, y por consiguiente de la formación intelectual de millares de españoles. He ahí, por ejemplo, en sus tiempos de vitalidad, la F.U.E., elemento de ataque, un día, contra la Dictadura fundada -¡oh habilidad masónica!- con la benevolencia del Dictador y con la ayuda de su hijo. Y así otros muchos casos significativos.

Y con relación al presente, se conocen ya algunos de los ambiciosos objetivos de la masonería. Por de pronto -aunque sea accidentalmente-, ha embarcado en su propia nave al que parecía su más terrible y constante enemigo: el jesuitismo representado políticamente en la persona del señor Gil Robles. A la vez que trata de recobrar su control sobre la juventud universitaria (que contra lo masónico se había rebelado en una reacción de fecundo patriotismo), metiéndose en los campamentos nacionales disfrazada de autoritarismo y españolismo académicos, relamidos e impotentes; disfrazada de fascismo degenerado halagando la vanidad -como en tiempos hizo la F.U.E.- de los estudiantes, diciendo que se alisten en un «nacionalismo selecto, intelectual, para minorías escogidas, que dará un nuevo estilo a las masas españolas en la realización de su destino universal». Como también intenta una campaña internacional contra la España política de hoy, movilizando todas las fuerzas internacionales que llaman de «izquierdas».

Estamos alerta. La masonería tiene estudiados planes de gran envergadura, cuya realización es indispensable paralizar. Pero a la masonería sólo se la puede aniquilar desde el Poder, y utilizando todos los resortes poderosos del Estado. Con un discurso, como ha intentado valientemente el diputado señor Cano López, no se consigue ni que los españoles nos enteremos siquiera de las modestas acusaciones que en su intervención parlamentaria haya podido hacer contra la masonería, porque la censura lo ha impedido.

La masonería sigue, pues, actuando con las manos libres, porque su clandestinidad se lo permite y los Gobiernos se lo toleran. Procuremos defendernos contra ella como podamos. Este periódico intenta ser uno de los más firmes baluartes antimasónicos. LA PATRIA LIBRE es incompatible con la acción constante de la masonería al servicio de la opresión extranjera.

(«La Patria Libre», n. 2, 23 - Febrero - 1935)

No se comprende fácilmente la existencia en España de eso que se llama problema del trigo, materia cuya producción es, sin grandes desniveles, pareja al consumo nacional. Por eso el problema aquí tiene poquísimo que ver con esas grandes crisis por que atraviesan desde hace años los grandes países exportadores, como Estados Unidos y Argentina. Crisis que se resumían en una explicación sencilla: aumento de la producción, caída vertiginosa de los precios, cantidades fabulosas de trigo sin comprador posible.

¿Qué pasa con el trigo en España? Repetimos que no son fácilmente visibles los miasmas perturbadores de nuestro mercado triguero. Los agricultores que constituyen el frente triguero sostienen desde luego una posición lícita, pidiendo se activen procedimientos de simpática audacia frente a la lentitud y la obstinación del ministro.

Pero ya se han movilizado también esos llamados agrarios. Esos residuos de la política más vieja, decrépita y opaca que España ha conocido. Y sin más, lanzan su petición: que el Estado utilice 500 millones en la compra de trigo. ¡Magnífico! ¿Qué catástrofe comercial, qué variaciones en las exportaciones, qué fenómenos nuevos en la producción y venta del trigo justifican esa apelación a las finanzas del Estado?

Se comprende esa política en los Estados Unidos, que además de tener basada su economía en la movilización de medios financieros muy poderosos, tenía que hacer frente a una catástrofe similar a la del algodón. Roosevelt empleó en la tarea de contener la baja de los precios del algodón y del trigo centenares de millones de dólares. Pero la proposición o deseo mostrado por los agrarios de que el Estado español inicie una política similar respecto al trigo, lo creemos desorbitado y en absoluto improcedente.

Parecen muy otras las atenciones que requieren los campos españoles y concretamente todo cuanto se refiere a la producción cerealista. Los llamados agrarios se atrincheran en un espíritu de clase que más bien perturba y perjudica a los labradores. Claro que bien sabemos su finalidad última. Que no es librar al campo de la ruina ni de la vida miserable y trabajosa, sino poner en pie de nuevo las viejas oligarquías caciquiles, aún supervivientes en gran parte de Castilla, y de ello son muestra los más señalados capitostes de la minoría agraria.

(«La Patria Libre», n. 2, 23 - Febrero - 1935)

No es una forma política que cualquier pueblo pueda adoptar libremente, como sucede con la democracia o con el liberalismo. El imperialismo no es una teoría creada por unos cuantos pensadores. ¡Que intenten ser imperialistas Andorra o Suiza! No pasarán del intento, no llegará a la realidad su imperialismo.

El imperialismo es una necesidad. Es algo natural. Es sencillamente la influencia que, sin artificio ni intención, se deriva de la fuerza, de la vitalidad, de la cultura y de la riqueza de un pueblo.

Esta expansión e influencia de un pueblo por su fortaleza, cultura y riqueza, se produce lo mismo en una república que en una monarquía, en un régimen liberal, o en uno autocrático.

Hora es ya de ir fijando conceptos y acabar con la estupidez e ignorancia de los que se pronuncian contra el imperialismo, cual si fuera producto de los partidejos políticos. Si España no es imperialista, no es porque la cerrilidad de unos cuantos retrógrados, decimonónicos, liberales y radicales demócratas, se hayan opuesto, sino porque desgraciadamente España no es hoy un pueblo fuerte, poderoso y próspero como por su Historia, sus medios naturales y su posición geográfica la corresponden.

Una España grande será imperialista, porque su influencia cultural, económica y militar, se dejaría sentir en todo el mundo. Si hay algún español que se oponga a la grandeza y poderío de España, a su consideración y prestigio en el mundo, debe de ser fusilado por traidor.

Hay una tiranía de las palabras con la que hay que acabar, porque es fruto de la ignorancia o de la mala fe. El día que de España se afirme que es «imperialista», tengamos presente que serán los días felices en los que España esté en el apogeo de su fortaleza, vitalidad, cultura y riqueza.

(«La Patria Libre», n. 2, 23 - Febrero - 1935)