Las J. O. N. S. siguen su campaña contra el capital parasitario. Pedimos que se movilice en beneficio de los industriales modestos, del progreso económico de España y en beneficio de todo el pueblo
Las economías privadas más modestas están a la intemperie
España está clamando una intervención radical cerca de los poderes económicos.
Los partidos republicanos democráticos que unían a su ideología antinacional una enorme incapacidad socialeconómica -como el radical-socialista y sus adyacentes- no fueron capaces de desarrollar una política económica independiente de la política marxista y por ello ejecutaron su total suicidio, ya que perdieron la posibilidad de una base real de sustentación en la masa de los españoles de patrimonio modesto, en las filas de los pequeños industriales y labradores, que asistieron atónitos al espectáculo de ver cómo aquellos partidos llamados a defenderlos no oponían la menor resistencia a la política marxista, que aquí, como en todas partes, equivale a entregar las modestas fortunas y los pequeños negocios a la voracidad y a la rapacidad del parasitismo bancario. Claro que desde el punto de vista nacional esa incapacidad hay que agradecérsela a los partidos radical-socialistas españoles, pues en otro caso quizá hubieran logrado un predominio similar a sus congéneres los franceses. Preferimos la ruina de los españoles a la ruina de la Patria. Esos partidos ya pagaron con la muerte su mentecatez, fueron barridos por el pueblo en la primera ocasión electoral, pero las consecuencias de su incuria están ahí, y hay que desenmascararlos como enseñanza para el futuro.
Nosotros sostenemos que es preciso y urgente organizar la economía española de acuerdo con los intereses de todo el pueblo, y por eso denunciamos la anomalía bancaria, la perturbación que supone para todos los españoles que trabajan y luchan en torno a pequeños negocios, para todos los trabajadores manuales y todos los labradores el hecho de que los Bancos vivan al margen de su deber, absorbiendo capitales, reteniéndolos en forma de valores y abandonando casi en absoluto la movilización financiera para las industrias y hasta la elemental operación del descuento de letras.
Así acontece que se encuentran totalmente a la intemperie economías privadas más necesitadas de protección, siquiera una protección tan modesta como la de que exista un régimen racional y justo en el funcionamiento de los grandes Bancos. No hay posibilidad de desarrollo industrial sin base financiera ni posibilidad de vida para el comercio en un país donde los Bancos hacen ascos al descuento de letras.
Parece que quienes andamos en la empresa de hacer de España una gran Patria debemos desentrañar el secreto de esa terrible anomalía.
Y hoy vamos a descorrer levemente la cortina que impide a los españoles conocer el verdadero panorama de nuestros Bancos.
Los Bancos españoles no cumplen su función más necesaria: ayudar al comercio y favorecer las industrias
El panorama de la Banca española ofrece tales anomalías y son éstas causa tan directa de las perturbaciones socialeconómicas de nuestra Patria que cumplimos un deber desenmascarando sus lacras. En ello vamos a coincidir con un bosquejo inteligente que sobre este mismo tema ha publicado Ramos Oliveira, demostrando así que nosotros, nacionalsindicalistas, es decir, enemigos declarados del marxismo, no nos avergonzamos cuando ello ocurre de señalar alguna que otra coincidencia de índole social con los marxistas. Claro que el trabajo de Ramos Oliveira, a que nos referimos, pertenece ya a una especie de rectificación de las bases socialistas clásicas y busca y pretende interesar a las clases medias y pequeño burguesas. Por su sentido antinacional siempre consideraremos a los marxistas unos verdaderos traidores, y en este número ofrecemos una muestra de ello, por su aspecto social puede haber, aunque sea leve y estrecha, una zona coincidente con alguno de sus publicistas. Tal es, por ejemplo, la crítica bancaria a que nos referimos, que cae de lleno en nuestro campo.
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Es sabido que el papel normal que corresponde a los Bancos consiste en hacer acopio de capitales, procedentes del ahorro, de las ganancias o de las fortunas privadas, y devolver esos capitales como medios financieros a los capitalistas que los dedican a la explotación industrial. Si examinamos el funcionamiento de la generalidad de los Bancos españoles y el destino que imprimen a los recursos financieros de que disponen, advertiremos inmediatamente cómo la definición anterior es por completo inválida, es decir, que los Bancos españoles escatiman la utilización industrial de sus capitales, impidiendo todo posible desarrollo de la economía nacional e incrementando el paro forzoso de los trabajadores.
Acontece, pues, que los Bancos no realizan su estricta finalidad, es decir, no ayudan a la industria, no aplican sus enormes disponibilidades monetarias a la creación de riqueza nueva y por último no facilitan siquiera la vida comercial española con esa elemental misión bancaria que es el descuento de letras.
Abandonada en general por los Bancos, como decimos, su misión verdadera, caen de lleno sus funciones en el simple manejo de valores y en la tarea usuraria. Adviértase a este efecto el tipo oficial de descuento que rige en nuestra Banca. Es quizá el más alto del mundo, ofreciendo así el espectáculo paradójico de que en un país como España, donde hay abundancia de capitales parados, sea el dinero más caro que en ningún otro. El tipo de descuento es hoy del 5,50 por 100. Y hace sólo dos meses era del 6 por 100. No hay vida para la pequeña industria ni vida comercial posible con esa carestía del dinero, que es una plancha usuraria que agarrota las actividades económicas del país.
Añádase a esta carestía del dinero la realidad de que ni aun así hay movilización financiera a disposición de los pequeños industriales y comerciantes. Ningún Banco concede dinero a largo plazo y el descuento de letras, que sería el medio de proveer al comercio de recursos dinerarios, es como antes dijimos la operación para la que tienen más ascos los banqueros.
Los Bancos, en cambio, invierten sus voluminosos recursos en la compra de valores, convirtiéndose así de hecho en simples rentistas. Se da el caso de que uno de los Bancos más ligados a la vida económica de los industriales modestos invierte en la compra de valores el 56 por 100 de sus fondos, cuando ningún Banco europeo normal, es decir, dedicado a las tareas propiamente bancarias en un régimen capitalista, invierte más del 15 por 100 en ese mismo capítulo.
Quizá sea sólo un sector bien fácilmente localizable de la Banca bilbaína quien en el panorama tristísimo de la Banca española tiene en su haber una contribución valiosa al progreso industrial de España. Son, desde luego, Bancos ligados a la gran industria, y para los efectos de nuestra crítica, que destaca el desamparo en que los Bancos dejan a los pequeños industriales, no desdicen los juicios anteriores.
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Consideramos urgente llevar al ánimo de todos los españoles, principalmente a las clases medias y a los obreros, la gran verdad de que el deficientísimo y monstruoso funcionamiento de nuestros Bancos es una de las causas más directas de su ruina.
Eso son hoy los Bancos.
El marxismo y los Bancos
Ya dijimos cómo el marxismo mundial favorece el que los grandes Bancos opriman y arruinen los pequeños patrimonios y cómo ayuda a los grandes poderes financieros a quebrar la línea de resistencia que le oponen los pequeños industriales y labradores. También en España, por experiencia cercana, conocemos ese servicio que el marxismo hace, consciente o inconscientemente, a la piratería bancaria. Dos años de predominio socialista no han tenido sino esa consecuencia: robustecer las posiciones de los grandes capitalistas en detrimento de la economía popular.
Esa política marxista les ha llevado en todo el mundo a formidables y merecidísimas catástrofes. Parece que se proponían acelerar el proceso -falsamente previsto por Marx- de descomposición del régimen de propiedad privada, ayudando a la rapacidad financiera a adueñarse de las economías medias para así proletarizar estas clases y desencadenar luego la dictadura proletaria contra aquellos mismos poderes que hubieran contribuido a forjar los socialistas.
Por fortuna, esa política ha fracasado rotundamente. Lo proclaman así no sólo las derrotas sufridas en Italia, Alemania, Austria y España, sino el hecho de que haya aparecido en el mundo una bandera nueva. La bandera fascista, que sustituye al marxismo en la adhesión de los sectores populares.
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Hoy los marxistas, conscientes de su error y del calamitoso porvenir que les espera a sus residuos, quieren rectificar sus posiciones, tratando de incorporar los afanes sociales no ya sólo de los asalariados, sino también de las clases medias. Para ello se fijan, como nosotros, en el espectáculo que ofrece el capital financiero e inician una sombra de campañas para unir contra él a los obreros y a las clases medias en un mismo frente.
Hay que apresurarse a denunciar su artero propósito. Con ello los marxistas sólo pretenden arrebatar a la pequeña burguesía oprimida para sus cuarteles de clase, impidiéndola que levante una bandera eficaz, incluso para las propias clientelas marxistas.
No hay, pues, que conceder a los socialistas el más ligero crédito cuando pretendan presentarse como los liberadores, no ya de la clase obrera, sino de toda la población de pequeños industriales, funcionarios y labradores. No se olvide cómo ellos son en gran parte los responsables de la actual tiranía bancaria y cómo su política siempre ha beneficiado a la piratería internacional contra los intereses específicos de las modestas economías privadas.
(«La Patria Libre», n. 4, 9 - Marzo - 1935)