Gil Robles sostuvo su decisión de mantenerse en la órbita de las instituciones liberal-parlamentarias y de renunciar totalmente a la empresa de crear un Estado nuevo

¿Qué dicen de ello los pretendidos y pretenciosos jóvenes de la J. A. P.?

Oímos hace varios días a Gil Robles en la tribuna del Círculo de la Unión Mercantil. Comprendemos su actual situación de hombre que no puede echar a volar palabras irresponsables. Claro que ello no puede importarnos para nuestros juicios, porque él mismo, muy voluntariamente y a su gusto, se ha forjado su papel político, que consiste en colaborar con el Gobierno Lerroux y ser un candidato a la jefatura de un Gobierno, dentro naturalmente de las actuales instituciones.

Creemos, por tanto, que no ha sido con ocasión de esta conferencia cuando se le puede atribuir una renuncia o abandono de la supuesta tarea de hacer de España «lo que a él le parezca», como hinchada y desorbitadamente dijo en cierta ocasión ABC, sino que desde el momento mismo en que inició su colaboración en situación de inferioridad con los radicales dejó vacío el puesto de aspirante a todo aquello y pasó a ocupar los más cómodos sillones de un partido parlamentario más.

El público que oyó a Gil Robles, formado de una parte por sus incondicionales cedistas y de otra por ese sector de industriales y comerciantes madrileños de pocas complicaciones políticas y afanosos de «cierto orden y buen gobierno», acogió, desde luego, con notorio agrado las declaraciones gilrroblistas en que éste renunciaba a la mano de doña Leonor.

Gil Robles expresó su opinión de que el régimen liberal-parlamentario no necesita sustitución urgente, sino más bien algunas «sanas y razonables modificaciones».

Gil Robles anunció que la salvación de España es muy posible dentro de los actuales moldes constitucionales, ya que además en breve será asimismo objeto la Constitución de modificaciones «razonables y sanas».

Gil Robles se revolvió contra quienes apetecen para España una disciplina única, creyendo mucho más ventajosa, mucho más «sana y razonable» una situación de partidos, de grupos y de zalagardas.

Todo esto nos parece normal y, desde luego, creemos que demuestra Gil Robles talento sumo adecuando sus empresas a lo que realmente él y sus masas pueden llevar a cabo. La C.E.D.A. es el partido liberal conservador de la República. El partido de las clases burguesas, con un poco de catolicismo, un poco de patriotismo y mucha tranquilidad. Claro que con las enseñanzas de todos los sucesos últimos desde abril, y, por tanto, buscando y pretendiendo la adhesión popular, en cuyas zonas más candorosas e inconscientes no creemos deje de tener cierto éxito.

Ahora bien, dentro de esa fenomenología normal a que adscribimos los trabajos de Gil Robles, que desempeñará, sin duda, con talento un Gobierno de rotación parlamentaria cualquiera, surgen esos grupos de J.A.P., de japoneses como les llaman por ahí, que a pesar de la elocuencia y claridad con que Gil Robles se pronuncia de acuerdo con lo que antes hemos dicho, siguen confiriendo a este hombre no sabemos qué misiones cesáreas e imperiales. No comprendemos qué género de candidez o ensueño circunda a esos jóvenes, y hasta a los propagandistas social-católicos del truncado Frente del Trabajo, para referirse a cada paso con gran arrobo al JEFE, y endosarle toda clase de atributos y empresas, con milicias, saludos y totalitarismos retumbantes.

Y eso lo hacen los japoneses, aunque parezca mentira, sin miedo a la herejía estatólatra y demás monsergas que lanzan a la cara de los fascistas, gente para ellos demoniaca y de condenación segura.

(«La Patria Libre», n. 4, 9 - Marzo - 1935)