¿Eugenio Montes?

Es sabido que Primo de Rivera para hacer frente a los estragos que le ocasionó la ruptura jonsista, se dedicó a extender por el partido la mayor insidia que podía esgrimir contra las J.O.N.S.: la de que él, ¡¡¡Primo de Rivera!!!, representaba al nacional-sindicalismo, y nosotros, ¡¡¡nosotros!!!, éramos los derechistas. Sólo el decir eso y extender eso en su partido con la pretensión de que lo creyesen, era la peor injuria que podía hacer a sus militantes, ya que equivalía a creerlos y considerarlos unos tontos, unos cretinos absolutos. Pues nadie que conociese la actuación de Primo de Rivera y la de nosotros, los jonsistas, podía ser tan ingenuamente crédulo como para admitir una falsedad así.

Claro que a los pocos días, Primo de Rivera organizó una cena oficiosamente falangista a Eugenio Montes y lo presentó como uno de los suyos, como uno de los teóricos y creadores de su doctrina.

Oir nosotros que Primo se consideraba nacional-sindicalista y que a la vez presentaba a Eugenio Montes como uno de los más identificados con él, nos produjo una risa triste, porque de una parte nos regocijaba su actitud en el alambre, pero de otra, sentíamos en lo más profundo la tristeza de presenciar qué armas y procedimientos se esgrimían para engañar a un sector de la juventud española.

¡Con que Montes es un tremendo revolucionario! ¡¡¡Un nacional-sindicalista!!! ¿No habéis leído su teoría de que el pueblo no tiene otra cosa que hacer sino parir hijos?

¿Pues no es Eugenio Montes un intelectual festejado y exhibido por el ABC, por Acción Española y demás sectores monárquicos de España, que ven en él con razón y lógicamente un hombre de su propia doctrina, tantas veces cantada por él mismo, e identificado con ellos en todas sus metas y aspiraciones políticas?

¿Qué comedia o qué farsa organizó, por tanto, Primo de Rivera, presentando a Montes como un nacional-sindicalista terrible y haciendo desfilar ante él los pocos camaradas sinceros nacional-sindicalistas que le quedan?

Y es que Primo de Rivera, que después de nuestra ruptura debió lógicamente marcharse a su bufete, despojado como quedó de doctrina, de bandera y de hombres, es ahora en la política española una contradicción viviente, una pura farsa, una comedia.

(«La Patria Libre», n. 5, 16 - Marzo - 1935)

Ofrecimos en nuestro primer número destacar con justicia los hechos victoriosos que fuesen capaces de efectuar y organizar los dirigentes de Falange Española. Ya se nos ofrece hoy ocasión de celebrar uno, y no pequeño. Se trata de una victoria falangista contra nosotros. Nada menos. Y nos rendimos ante su grandeza, ante el prodigio de heroísmo derrochado y ante la magnitud formidable del triunfo.

He aquí los hechos:

El domingo pasado salieron a la calle cuarenta y dos camaradas jonsistas que se distribuyeron por Madrid para vocear y vender LA PATRIA LIBRE. Teníamos noticia de que las terribles escuadras falangistas estaban preparadas para impedir la venta de nuestro periódico. Los jonsistas, repetimos, se distribuyeron por Madrid y quedó UNO SOLO en cada puesto de venta. Transcurrió una hora sin el menor incidente, a pesar de que los grupos falangistas pasaban y repasaban junto a nuestros camaradas. Bien es cierto que éstos habían sido previamente seleccionados entre los más robustos del Partido.

En vista de que no pasaba nada, a pesar de los informes, el Comité encargado de la venta quiso poner a prueba los propósitos falangistas. E hizo lo siguiente: Colocó en la Cibeles, esquina al Banco de España, dos voceadores profesionales, dos chiquillos de diez y de doce años, de los que se dedican a la venta de los periódicos diarios. Y ocurrió nada menos que esto: A los cinco minutos, los mismos grupos falangistas que habían estado pasando por delante de nuestros camaradas adultos sin permitirse el más mínimo gesto de disgusto, se lanzaron sobre los dos niños -repetimos que uno tiene diez años y otro doce- ¡¡¡y les arrebataron trece ejemplares!!!

He ahí sencillamente narrada la gran victoria falangista. Digna de Alejandro, de César, de Aníbal, de Napoleón.

Estamos francamente anonadados.

(«La Patria Libre», n. 5, 16 - Marzo - 1935)

Las J. O. N. S. presentan ante todo el pueblo la necesidad de que España organice con firmeza su defensa.

Sólo una España fuerte puede asegurar la paz en el Mediterráneo y evitar la guerra

¿España en peligro?

Sólo tenemos elogios para el propósito del Gobierno de organizar fuertemente la defensa de las Baleares. La independencia y la libertad de España reclaman su rapidísima ejecución

Mientras más fuertes más libres. Esto que seguramente es siempre verdadero obtiene su mejor y más plena vigencia en la vida internacional. Un pueblo indefenso y débil no tiene libertad para determinar y fijar su propia actitud con relación a otros. Será siempre satélite de los demás, es decir, carecerá realmente de independencia.

No creemos que haya español alguno que acepte fácilmente para España un puesto de satélite, de pueblo protegido, a merced de los vientos y sin posibilidad de decidir por sí misma la línea internacional que le convenga. Parece, por tanto, que si se exceptúa a la patulea traidora y profesional del pacifismo, todos los españoles considerarán de verdadera necesidad la fortificación de las Baleares.

Es posible que se aproximen borrascas mundiales, conflictos duros, que pongan de nuevo a prueba el vigor y la moral de los grandes pueblos. El «statu quo» internacional está lleno y poblado de contradicciones. Hay varios problemas encendidos que serán difícilmente resueltos dentro del orden internacional que hoy rige. Hay en el Mediterráneo un equilibrio peligroso a base de dos grandes potencias archiarmadas y desde luego rivales a los efectos de las decisiones históricas. Hay la posibilidad del frente germano-polaco con ramificaciones japonesas, a la vez que una nueva amistad militar ruso-francesa.

Y nosotros decimos a los españoles, a la conciencia vigilante de todo el pueblo:

Todo el pueblo debe interesarse porque España sea una Patria fuerte, con el vigor armado que haga falta para hacer frente a los enemigos internacionales. Pues todo el pueblo padecería en sus entrañas las desdichas que proporcionaría a España y a los españoles una situación indefensa.

Siendo débiles no podríamos ni ser neutrales en los conflictos. Y véase cómo incluso los pacifistas deben postular en España una política de vigorización militar, aunque sea para mantener nuestro propio derecho a la paz y al aislamiento.

Mientras menos fuerte sea España más probable será su intervención forzada en los conflictos internacionales que surjan alrededor del Mediterráneo.

No es, pues, dudosa la ruta. El gobierno la inicia con su plan de fortificación de las Baleares y nosotros lo aplaudimos.

(«La Patria Libre», n. 5, 16 - Marzo - 1935)

Acerca de la actitud de los camaradas de Valladolid circulan por el Partido informes y noticias en absoluto tendenciosas. Nos interesa mucho aclarar cuanto afecta a esa sección, y en nuestro próximo número publicaremos una información detallada, con todos los datos apetecibles, no sólo de su posición actual, es decir, posterior a la ruptura de las J.O.N.S. con F.E., sino también haciendo historia.

Desde luego, adelantamos que tendrá interés la información, porque nadie mejor que nosotros puede hablar de ello, ya que desde el primer día hemos entrecruzado los esfuerzos con aquellos camaradas, hemos asistido a su crecimiento y hemos padecido los posibles errores.

Decimos ya, sin embargo, aquí que el «caso» Valladolid no es singular ni único. Idénticos fenómenos a los allí surgidos a raíz de la ruptura con Falange Española y Primo de Rivera se han dado en otros puntos, pero nos interesa destacarlos con relación a Valladolid, porque allí pueden percibirse en su exacto sentido y allí tienen un relieve más visible.

También adelantamos que las J.O.N.S. tienen muy poco que lamentar respecto al espíritu actual de la sección de Valladolid. Han secundado entusiásticamente nuestra actitud desde el primer día algunos de los mejores y más calificados dirigentes, desde luego los de perfil jonsista más responsable, como hemos de probar. Y se han opuesto asimismo a nosotros quienes lógicamente debían hacerlo. Ha habido actitudes claras, confusas y enemigas. De todas hablaremos.

(«La Patria Libre», n. 5, 16 - Marzo - 1935)

Los jonsistas queremos la unidad nacional, la unidad social y la unidad política de España.

Por eso luchamos contra los separatismos, contra el marxismo y contra los partidos

Los jonsistas buscamos con afán el medio de unificar la conciencia de todo el pueblo. Sabemos que operan en España fuerzas y poderes que tienden criminalmente a romper esa unidad y a destruir así la base más firme de nuestra Patria española.

Nada más absurdo que la tarea de dividir a los españoles por motivos episódicos, artificiosos y vanos. Nosotros, en cambio, creemos en la necesidad de conquistar para todos los españoles la conciencia de su unidad moral, es decir, la conciencia de sentirse partícipes de una auténtica y verdadera comunidad española.

Sabemos nosotros que sólo así subsistirá la Patria, y que sólo así subsistirá vivo y poderoso el aliento de los españoles.

Reconocemos hoy, pues, por enemigos a todos cuantos impiden la victoria y el desarrollo de ese espíritu de comunidad nacional a que aspiramos. Y también los que traten de edificarla únicamente sobre bases ya reconocidas como fracasadas o, por lo menos, insuficientes para sustentar y garantizar el vigor de nuestra raza.

Queremos que los españoles recobren la confianza en su propio carácter de españoles. El ser español es una gran cosa, y si alguien o muchos no ven esto claro, y no perciben en su alrededor grandeza alguna, ha de saber que ello se debe a la anormal y hasta criminal situación en que hoy estamos, sin conciencia de la comunidad nacional, sin apelación profunda y diaria a eso que somos antes que cualquiera otra cosa: españoles.

Sólo así va a ser posible, no ya la reconstrucción de España y la salvación de los españoles, sino la existencia misma de España como Patria libre, y la de los españoles como pueblo independiente.

Hay fuerzas disgregadoras corrosivas que viven y luchan por destruir el sentimiento de comunidad nacional, y ellas son los principales enemigos de España y del bienestar de los españoles. Ahí está el marxismo, que destruye la unidad social de España e impide el triunfo de la convivencia justa. Ahí están los nacionalismos periféricos, negando no sólo la unidad profunda y nacional de todos los españoles, sino propagando sus afanes de edificar contra España unas supuestas patrias traidoras y balcanizar nuestra magnífica Península.

Todo eso tiene que desaparecer si ha de restaurarse en la conciencia de todo el pueblo el sentimiento de comunidad nacional española. La empresa es de formidable volumen, y si los jonsistas la colocan sobre sus hombros, es porque les guía y orienta una confianza ciega en que el pueblo, todo el pueblo, dejará muy pronto de ser de tal modo hostigado y maltratado por esas fuerzas enemigas de su unidad social, nacional y moral, que movilizará el vigor suficiente para salvarse.

Es cuestión de vida o muerte para España y para los españoles la comunidad nacional de todo el pueblo

La masa general del pueblo está desvinculada de un servicio fervoroso a su Patria española precisamente porque está roto ese sentimiento de comunidad nacional a que nos venimos refiriendo.

Cuando los jonsistas nos preguntamos cómo es posible que el pueblo español haya sido arrastrado a la situación presente y cómo después de demostrar su vigor y su fuerza ante el mundo se resigna a ser engañado miserablemente por minúsculos grupos de farsantes y de traidores, localizamos las causas en la ausencia de espíritu fuerte de comunidad entre los españoles.

Pero ese espíritu no es una ilusión nuestra. Ha existido siempre en España, y hoy lo sentimos como una necesidad nosotros y con nosotros la masa popular no pervertida.

Y nosotros sabemos que el pueblo español, ese pueblo laborioso que merece un destino muy diferente al que le proporcionan los errores y las traiciones de las minorías directoras, es el primero en sufrir las consecuencias de que él, todo el pueblo, todos los españoles, no aparezcan hoy en un mismo frente de comunidad nacional.

Pues el pueblo queda así indefenso, derrotado, víctima siempre de los más fuertes, y ocurrirá que en las crisis económicas, en las situaciones de desventura, sea él quien padezca más que nadie las dificultades y los dolores.

Ello no es tolerable. Nosotros queremos que todos los españoles se consideren igualmente obligados a una línea de sacrificio por la Patria, a soportar por igual sus catástrofes y sus triunfos.

Nos parece monstruoso, absolutamente fuera de toda justicia, que en momentos de crisis, de angustia, de dificultades, haya núcleos extensos a quienes no alcance una participación en ellas.

No puede pensarse como normal un tal desvinculamiento y ruptura entre la vida de España y la de los españoles. Repetimos que si España atraviesa horas difíciles y negras, ningún español debe atraversarlas luminosas y brillantes.

Precisamente, el panorama del gran capitalismo ofrece con frecuencia un espectáculo así. Una Patria en ruinas, económicamente deshecha, y al lado unos magnates de la economía que no sólo no tienen motivo alguno de preocupación, sino que quizá especulan con esas mismas ruinas nacionales.

Lucharemos sin tregua porque los españoles recobren vigorosamente su sentido de comunidad en el seno de la Patria.

Y buscaremos la colaboración de todo el pueblo para desentrañar las causas de su ruina, localizar los grupos enemigos que corroen su vitalidad y desenmascarar las ideas traidoras que han dejado a España sin jugo.

(«La Patria Libre», n. 5, 16 - Marzo - 1935)