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I. Pacifismo, Sociedad de Naciones e imperialismo francés

 

1. LOS DOS PACIFISMOS

En la Gran Guerra fueron sacrificados unos diez millones de hombres. Realmente, si alguien lograse demostrar que todas esas vidas se inmolaron por capricho, sin ligazón profunda y verdadera a los más auténticos y solemnes designios de la historia, habría que declarar sin pérdida de minuto la estupidez y la brutalidad de la Europa que declaró e hizo la guerra. Pues, como si esa demostración se hubiese hecho, surgió, creció y se desarrolló en toda Europa una actitud pacifista, cuyo espectáculo, cuando sea contemplado a distancia, parecerá el responso más repugnante que podía dedicarse a los millones de hombres que murieron en campaña.

Jamas, en todo el transcurso de la historia, ha sucedido a una guerra un ambiente de tal miseria moral y de tal crisis de entereza como la que puso en circulación la atmósfera pacifista a raíz de 1918. Podemos distinguir dos pacifismos: uno, el pacifismo diplomático de los Estados, y otro, el pacifismo ingenuo que se quiso incrustar entre las grandes masas populares. El primero se domicilió y centró en Ginebra bajo el nombre de Sociedad de Naciones. El segundo pretendió llevar al ánimo de las gentes la creencia de que la última guerra debía ser de veras la última, y que había que decretar por tanto la proscripción absoluta de todas las guerras. Este último pacifismo integral fue acogido con verdadera fruición por los agitadores «oficiosamente» revolucionarios, estimándolo como uno de los resortes subversivos más eficaces.

 

2. GINEBRA, TRINCHERA REACCIONARIA

El pacifismo de Ginebra ha venido a constituir, de hecho, la fortaleza donde se han acumulado todos los poderes que intentaban desterrar de esta época el fatal signo subversivo que gravita sobre ella. No se olvide que lo que hace hoy crisis esencial y contra lo que principalmente se encaran las baterías trasmutadoras de que vienen provistas las juventudes, está constituido por las formas políticas, sociales y económicas características del espíritu burgués.

Realmente, la Sociedad de las Naciones no ha tenido nunca sino dos finalidades: una, garantizar en lo posible el cumplimiento del Tratado de Versalles, enguantando el puño terrible que impuso sus dictados; otra, asegurar en lo posible también el porvenir, poner vigilancia directa al mundo para que nadie burlase la vigencia del status quo surgido de la victoria. Estas dos finalidades se resumen de hecho en una: Seguridad para Francia, y no ya en sentido de asegurar su integridad nacional, es decir, de asegurarse contra el peligro de ser invadida, sino seguridad para el dominio mundial de Francia, seguridad para el imperialismo francés.

Es, pues, Ginebra la sede desde la que se intenta hoy, por la potencia más típicamente representativa de las formas de la civilización burguesa, es decir, por Francia, detener la marcha del mundo. Todos los cambios triunfales operados en Europa, y que han surgido ya con un cierto aire de servicio al espíritu revolucionario de las juventudes, han chocado con Ginebra. Recuérdense los primeros años del fascismo italiano, la constante lejanía de la Rusia bolchevique, y, por último, su divorcio absoluto con la Alemania nazi.

 

3. GINEBRA, CAPITAL METROPOLITANA DEL IMPERIALISMO FRANCÉS

El espíritu y los propósitos que informan a la Sociedad de Naciones nos conducen a pensar si puede considerarse en serio, como uno de los objetivos mundiales que requieren más desvelo, el garantizar la existencia y la seguridad de Francia. Colaborar en Ginebra, aceptar la significación del pacifismo de Ginebra, equivale de hecho a eso que hemos dicho: a hacer girar la inquietud y los intereses todos de Europa en torno a un objetivo, la seguridad de Francia.

Y claro que puede aceptarse fácilmente el derecho de Francia a existir. Pero hay enorme distancia de eso a sacrificarlo todo, incluso la justicia y los intereses históricos de Europa, por la tranquilidad de Francia. Cuando en la historia ocurre que el vivir normal de un pueblo produce como si dijéramos un atasco para los demás, ya puede suponerse qué destino le corresponde y sobreviene.

El imperialismo francés es de base pacifista. Y de tal modo que, como venimos diciendo, su capital metropolitana no es París, sino Ginebra. Hasta ese extremo, de recatar así su propio signo, llegan la habilidad y el artificio del sistema de postguerra. El imperialismo pacifista o el pacifismo imperialista, que tanto monta, es de esa índole de cosas que se sustentan y nutren con lo que les es contrario. Como quien se enriquece y hace millones vendiendo y difundiendo literatura bolchevique.

En cuanto a la derivación pacifista que podemos denominar integral, también su análisis nos entrega cosecha sorprendente. Resulta que, adoptada por los núcleos aparentemente más revolucionarios y subversivos, es de hecho una actitud regresista, cansada y conservadora. Su propósito es de una ingenuidad y de un optimismo infantiles. Consiste en un estado de ánimo que proscribe toda guerra, y que cree de veras en la supresión de las contiendas bélicas, borrándolas de la historia, y ello de tal modo que pueda, en efecto, señalarse con un mojón en la historia de la humanidad un momento del que quepa decir: hasta aquí, los pueblos hicieron entre sí la guerra; de aquí en adelante no han vuelto a tener lugar conflictos armados.

Realmente se comprende que quienes crean tan fácil eliminar en absoluto las guerras, tengan también la creencia de que se hacen a capricho, por frívolo designio de unos cuantos gobernantes o de un poderoso trust de constructores de cañones.

 

4. EL PACIFISMO INTEGRAL, ACTITUD CANSADA

El pacifismo integral, ese que llega incluso a difundir que la Patria no es una cosa suficientemente merecedora de que se muera por ella defendiéndola en una guerra, es la última gran llamarada del humanitarismo romántico, típica flor de la civilización burguesa. ¡Qué más quisieran ahora los bien avenidos con el orden existente, con las gracias marchitas y renqueantes del espíritu burgués, que el humanitarismo así entendido detuviera el brazo armado de ese alud juvenil propio de la época! Por eso identificamos la actitud de los pacifistas integrales, aquellos que todo lo sacrificarían antes que hacer la guerra, a una actitud cansada, desilusionada, quieta, es decir y en definitiva, conservadora y contrarrevolucionaria. ¿Cómo van a ser ellos las fuerzas motrices de un cambio radicalísimo, de una trasmutación profunda, cosa que por las resistencias que se les habían de oponer no podría realizarse sino desarrollando típicas actitudes de guerra? Este pacifismo integral, este apartamiento sistemático de lo heroico y la subestimación absoluta de las virtudes de la milicia, ha triunfado y se ha extendido sobre todo entre los obreros. La primera consecuencia ha sido debilitar su fuerza revolucionaria, permitiendo que sean, no sólo ellos, sino otros también quienes intenten manejar la fecundísima palanca subversiva. Pues si nunca está justificada una guerra, y a evitarla debe sacrificarse todo, también deben evitarse las revoluciones, y antes que hacerlas debe sufrirse asimismo todo, el paro, la injusticia, la explotación y la miseria.

La actitud pacifista, tanto la radicada en Ginebra como esta otra integral a que nos hemos referido, va desapareciendo de Europa. La primera, por absoluta ineficacia y desprestigio. La segunda, por ley vital y retorno a los hombres de su íntegro ser, después de la sima catastrófica de 1914.

Naturalmente que la guerra no parece nunca un bien apetecible. Pero es algo fatal, incrustado en el destino de los hombres, y hay que aceptarla con entereza, como otras muchas cosas de signo terrible que circundan nuestra vida. Desenmascarar el pacifismo que ha venido imperando desde la Gran Guerra no equivale a desear la guerra, ni a ser partidario de la guerra. Equivale a señalar el artificio y la infecundidad de un sentimiento basado en pilares erróneos y movedizos. Y a postular, después de la contienda bélica de 1914-1918, la recuperación por los hombres y por los pueblos de sus atributos normales de capacidad para el sacrificio heroico, ya que la época trasmutadora que vivimos los requiere sin duda para realizarse plena y cabalmente.