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II. El bolchevismo ruso y la proyección mundial de la subversión roja

 

1. EL BOLCHEVISMO, REVOLUCIÓN NACIONAL RUSA

La conquista del Poder por el marxismo en Rusia es, sin ninguna duda, el primer fruto subversivo de la época actual, en el orden del tiempo. Cada día que pasa se hace más fácil comprender el verdadero carácter histórico de la revolución soviética, el papel que le corresponde en el proceso de realizaciones revolucionarias inaugurado a raíz de la Gran Guerra. Su legitimidad, entendiendo con esta palabra sus títulos a presentarse como una manifestación positiva del espíritu propiamente actual, es incuestionable. Ahora bien, apresurémonos a decir que esa contribución valiosa y positiva lo es en el grado mismo en que resultaron fracasadas y fallidas las apetencias más profundas que informaron sus primeros pasos.

En efecto, pudo creerse y pudieron también creer naturalmente los animadores rojos hacia 1920-21, que la llamarada soviética se disponía a ser la bandera única de la revolución universal, es decir, que toda la capacidad trasmutadora de nuestro tiempo iba a polarizarse y unirse en el único objetivo mundial de instaurar la dictadura proletaria, con arreglo a los ritos, a la mecánica y a los propósitos del marxismo. Tal creencia es ya hoy un error absoluto, y no tiene creyentes verdaderos ni en el mismo Comité supremo de la III Internacional. Y ello no porque resultasen falsas las características subversivas del presente momento histórico, es decir, no porque se haya abroquelado o impermeabilizado la época para toda hazaña revolucionaria, sino porque los moldes trasmutadores bolcheviques no se han ajustado ni han monopolizado los valores realmente eficaces de la subversión moderna.

La revolución bolchevique triunfó en Rusia no tanto como revolución propiamente marxista que como revolución nacional. El fenómeno no es nada contradictorio y tiene una explicación en extremo sencilla. En el año 1917, en plena guerra europea, culminaban bajo el cielo ruso todas esas bien conocidas monstruosidades que eran la base del régimen zarista. Una aristocracia rectora, extraña en absoluto al ser de Rusia, antinacional, que apenas hablaba ruso sino francés, y no tenía de su papel real en la vida rusa la más mínima idea. Una alta burocracia necia, venal y de funcionamiento irritante. Y sobre todo, en 1917, la realidad cruda de la matanza guerrera, a las órdenes de Estados mayores continuamente reñidos con la victoria, en plena y absoluta desorganización, bloqueadas y castigadas las masas por todas las furias imaginables, por el hambre, la desesperación y la impotencia. En esas condiciones, los bolcheviques eran los únicos que podían dar las consignas salvadoras de la situación, consignas que no eran otras que las de curar el dolor de cabeza cortando si era preciso la cabeza.

Había quizá que aniquilar completamente a Rusia para hacer posible sobre aquel suelo, y con aquellas grandes masas rusas supervivientes de campesinos, de obreros y de soldados, una sociedad nacional. Los bolcheviques eran los únicos, repito, que podían manejar sin escrúpulos una palanca aniquiladora de tal magnitud. Los únicos que podían jugar con entereza la carta que se requería, y que era nada menos la liquidación definitiva de la Rusia histórica. Su victoria y su triunfo parecen innegables. Jugaron la carta de Rusia y la ganaron. Incorporaron desde luego una cosa que en esta época no sólo no es nada despreciable sino principalísima y fértil: un nuevo sentido social, una nueva manera de entender la ordenación económica y una concepción, asimismo nueva, del mundo y de la vida. Con esos ingredientes han forjado su victoria. Pero entendámoslo bien: esa victoria no es otra que la de haber edificado de veras una Patria. Es una victoria nacional.

Que la revolución soviética sea en efecto la revolución mundial es cosa que parece ya resuelta en sentido negativo. Es más, la Rusia actual no sacrificaría un adarme de sus intereses nacionales por incrementar y ayudar una revolución de su mismo signo en una parte cualquiera del globo. No pondría en riesgo su vida, la vida de la patria rusa, ni comprometería esa arquitectura social, industrial y guerrera que ha edificado con tanto dolor y tanta ilusión a través de veinte años.

¿Puede ser la Rusia bolchevique un espectáculo normal para el resto del mundo? ¿No es una provocación y un peligro para los demás pueblos? Una contestación reaccionaria a esas dos interrogantes la consideramos en absoluto inadmisible. Desde el punto de vista del espíritu de la época, es decir, para quien de veras se sienta dentro de la realidad operante en esta hora del mundo, la Rusia bolchevique es una nación más, provista de un régimen social más o menos apetecible, en parte monstruoso y en parte interesante para nosotros. ¿Es que el reconocimiento de las naciones como tales se hace en virtud de similitudes de régimen y costumbres? ¿Depende del tipo de Código civil en ellas vigente?

 

2. LA REVOLUCIÓN BOLCHEVIQUE MUNDIAL, CONSIGNA FALLIDA

Ahora bien, hay que localizar como absurdo empeño, en el caso de que realmente se reproduzca, la consigna de bolchevización universal. La empresa está ya fracasada, sin victoria posible. Una aspiración así pertenece a la dimensión marxista ortodoxa que acompaña al bolchevismo, pero ya dijimos que el comunismo en Rusia no debe su triunfo, y menos su consolidación, al carácter marxista de la revolución sino a su carácter nacional, aunque éste resulte y sea un hallazgo imprevisto. Sin este objetivo de forja de la Patria rusa, posiblemente el régimen estaría ya hundido. Se ha salvado porque abandonó a tiempo, por su voluntad o sin ella, los gérmenes infecundos y erróneos que poseía. La derrota de los ejércitos rojos de Trotsky ante Varsovia señala el minuto mismo en que la realidad europea decretó la ilegitimidad de la revolución bolchevique como revolución mundial. La posterior eliminación de Trotsky, en el seno mismo de Rusia, y la dictadura sucedánea de Stalin corroboran también esa ilegitimidad. Stalin es el hombre que soñará quizá con la revolución universal roja, pero que por lo pronto se zambulle en la realidad rusa, y cree sin duda que la consigna más interesante es hoy hacer y construir en Rusia una gran Nación.

Repitamos que solo Lenin, sólo un marxista, podía sin pestañear conducir la estrategia revolucionaria de octubre. Sus famosos decretos a raíz del triunfo, y la decisión tremenda de edificar a sangre y fuego un orden revolucionario, constituyen los pilares básicos sobre que se apoya hoy la existencia nacional rusa. Que ésta dispone de todos los ingredientes y de todos los resortes necesarios para rodar por la historia como una Patria de los rusos parece ya un hecho incuestionable. Hay en la Rusia bolchevique una disciplina nacional única, es decir, una tarea que une y liga a todos los rusos, hay una obediencia social a las jerarquías gobernantes, hay una clase dirigente, una minoría con plena conciencia de su misión rectora, un ejército que maniobra y marcha al ritmo mismo del sistema, unas masas que en su sector más vivaz, y por tanto más poderoso, consideran ese sistema como algo de veras suyo, hecho y creado de raíz por ellas y para ellas. ¿Qué más se necesita para que pueda decirse que estamos en presencia de un estado nacional autentico?

Esa es, considerada de un modo objetivo, la contribución de Rusia a la subversión de la época. En trance de analizar el sentido de los hechos que vienen ocurriendo en Europa, es imprescindible señalarle un sitio, calificar el espectáculo soviético como una de las respuestas que el espíritu catilinario moderno ha dado a la evidente descomposición de las formas culturales, políticas y económicas del liberalismo burgués.

Más adelante, en el apartado V, nos ocupamos de los partidos comunistas mundiales, de su sentido dentro del fenómeno bolchevique y de la actuación marxista mundial.